26 marzo 2011

Fuera Lo Viejo, Dentro de lo Viejo: Los Seis Influyentes Intermediarios Que Buscan Gobernar en Medio Oriente


1. Arabia Saudita : Príncipe Nayef bin Abdul-Aziz

Nayef, con unos relativamente alegres 77 años, se ha desempeñado en Arabia Saudita como Ministro del Interior desde 1975, supervisando las luchas del reino contra el terrorismo y contra otras formas más pacíficas de disenso. Pero con el rey Abdullah, de 87 años, débil y avejentado, y su hermano el príncipe heredero Sultán, de 86, que se dice que sufre Alzheimer, muchos observadores del reino esperan que el ultraconservador Nayef sea el próximo jefe de la empresa familiar más rica y fuertemente armada del mundo. Entre los grandes éxitos de la línea dura del príncipe están: acusar a los “sionistas” de perpetrar los ataques del 11 de septiembre, rechazar la idea de las elecciones, y supervisar los pagos dirigidos hacia las familias de terroristas suicidas palestinos. El discurso del rey Abdullah del viernes 18 fue típico de Nayef: sin rastros de reformas política, con una prohibición de criticar a los clérigos, y una camionada de dinero para el establishment religioso wahabita del país.


2. Bahrein: Jeque Issa Qassim

El principal clérigo chiíta de Bahrein es una figura relativamente desconocida fuera de este pequeño reino del Golfo Pérsico, pero se ha convertido en un actor principal en lo que se está volviendo una creciente Guerra Fría sectaria en todo el Medio Oriente. Seguidor del Supremo Líder iraní Alí Khamenei, Qassim es tan reverenciado por la mayoría chiíta de Bahrein como desconfiado por la minoría sunita, que teme que se adhiera a la “velayat-e faqih”, la doctrina iraní del gobierno clerical.

De acuerdo con Katja Niethammer, investigadora europea, “Parece que hay pocas decisiones que pueden tomarse… sin la consulta previa con Issa Qassim, yendo desde cuestiones con respecto a la codificación planificada de la ley de estatus personal hasta la participación en las elecciones”.

Sin embargo, este clérigo ha tenido un papel relativamente moderado en los recientes eventos en Bahrein, instando a sus seguidores a que expresaran sus demandas pacíficamente. “Le digo a todo nuestro pueblo, Sunitas y Chiítas, que está prohibido derramar la sangre de cualquiera, bajo ningún pretexto”, dijo en un reciente sermón del Viernes. En otro afirmó que “Ellos pueden usar tanques y aviones para destruir nuestros cuerpos, pero nunca romperán nuestras almas y nuestros deseos de reformas”.

3. Libia: Mustafá Mohammed Abdel Jalil

Uno de los oficiales más destacados en desertar del gobierno de Muammar al-Gaddafi, Jalil encabeza el Consejo Nacional de Transición, grupo que se ha presentado a sí mismo como el liderazgo político del alzamiento libio. No está claro, sin embargo, qué clase de influencia tiene Jalil, quien fue ministro de justicia de Gaddafi hasta que renunció en la protesta del 20 de febrero. Y el resto del consejo tiene entre sus miembros a gentuza de la milicia y desertores militares que componen el ejército rebelde –o de hecho el público en general. Tampoco está claro si el consejo tiene influencias más allá del este de Libia, hogar de varios de los líderes del grupo. Sin embargo, con 59 años de edad, Jalil se ha ganado el respeto en algunos puntos inverosímiles: de los defensores de los derechos humanos. En agosto de 2010, Heba Morayef, de Human Rights Watch, elogió a Jalil por su ayuda en el intento de garantizar una justicia segura para un grupo de detenidos de forma arbitraria. La DPA, agencia de noticias alemana, describe al exabogado como “un conservador y devoto musulmán, no un islamista radical”.

4. Yemen: Ali al-Ahmar Muhsin

Cuando Ahmar repentinamente anunció su apoyo al movimiento de protesta que estuvo sacudiendo a este empobrecido país en las últimas semanas, los yemeníes y los analistas políticos llegaron a la conclusión de que el derrocamiento del Presidente Alí Abdullah Saleh era apenas una cuestión de tiempo. Anunciando su deserción, este brigadier general afirmó: “Los oficiales del ejército, que son parte importante de la comunidad y defensores del pueblo, yo proclamo, en su nombre, nuestro apoyo pacífico hacia la revolución de la juventud”.

Pero Ahmar, pariente y antiguo estrecho aliado de Saleh, no es un caballero de brillante armadura blanca. Como comandante del distrito militar noroccidental de Yemen, Ahmar ha sido la punta de lanza en la brutal lucha de Saleh contra los rebeldes chiítas, y en ocasiones ha utilizado a los jihadistas radicales como fuerza de choque. También está acusado de participar en una serie de actividades criminales. No obstante, su deserción ha sido seguida por decenas de otras figuras del régimen. “Ali Muhsin es, de lejos, la figura más poderosa en el ejército, y su anuncio abrió las compuertas”, escribe Gregory Johnsen, experto sobre Yemen en la Universidad de Princeton.

5. Egipto: Yusuf al-Qaradawi

Uno de los más destacados predicadores islámicos del mundo árabe, Qaradawi ha sido durante mucho tiempo un influyente defensor de la Hermandad Musulmana de Egipto a partir de su discurso en Doha, Qatar. Qaradawi, de 84 años, ha escrito decenas de libros sobre el Islam, y ha fundado IslamOnline, un influyente sitio web religioso con un enorme seguimiento global.

Encarcelado por el rey Farouk y Gamal Abdel Nasser, Qaradawi expuso su cuota de controversia elogiando a los terroristas suicidas palestinos e iraquíes, apoyando el maltrato a la mujer “como un último recurso”, y criticando duramente a los chiítas como “herejes”. Pero él también ha mostrado en ocasiones un lado ecuménico, como cuando el jeque antes exiliado regresó a Egipto tras la caída de Hosni Mubarak para dar las oraciones del Viernes y ofrecer su sermón a los musulmanes y a los cristianos. A pesar de su avanzada edad, Qaradawi ha jugado un importante rol en el fomento de las protestas árabes, condenando a autócratas como Mubarak y el tunecino Zine el-Abidine Bel Ali, emitiendo incluso una fatwa llamando a la muerte del dictador libio Muammar al-Gaddafi – a pesar de que sus críticas hacia los gobernantes del Golfo han estado notablemente enmudecidas. Qaradawi tiene prohibido entrar en los Estados Unidos.

6. Egipto: Sami Enán

El Consejo Militar Supremo de Egipto –la junta que derrocó a Mubarak el 11 de febrero y que se instaló a sí misma como guardiana de la transición democrática- está formalmente dirigida por el mariscal de campo Mohamed Hussein Tantawi, de 75 años de edad, un ex ministro de defensa descrito en uno de los cables de WikiLeaks como el “perrito faldero de Mubarak”. Pero es Sami Enan, de 63 años, el jefe dinámico de las fuerzas armadas, quien se considera tiene el respeto de las tropas –sin mencionar el de sus homólogos estadounidenses. Enan estudió en Rusia, habla un poco de francés, y se sabe que se ha echado un par de tragos de vez en cuando, aunque nunca se entrenó en Estados Unidos. En estos días, mientras hace malabarismos con los desafíos de dirigir un país, ya no sólo un ejército, Enan habla frecuentemente con altos oficiales militares de los Estados Unidos. “Si todavía él no es el hombre del Pentágono en Egipto,” informa el New York Times, “muchos esperan que lo sea”.

Traducido de:
 
Out with the Old, In with the Old: The six power brokers who are looking to run the new Middle East / By Blake Hounshell. - Foreign Policy (The List), March 22, 2011
 
Véase el art. original en: ForeignPolicy 

19 marzo 2011

Cuidado con los costos de una intervención en Libia!

El presidente John F. Kennedy alguna vez dijo que las intervenciones militares limitadas eran como tomarse una copa: una vez que se toma una y el efecto desaparece, hay que tomarse otra. Kennedy utilizaba esta metáfora rechazando las peticiones de sus agresivos asesores que le informaban de cómo un despliegue circunscrito en Vietnam resultaría decisivo.

Libia no es ni Vietnam ni Irak, y el caso de una intervención en Libia tiene que ser discutida en sus propios términos y por sus propios méritos. No obstante, los partidarios de una política más musculosa no le hacen justicia a su propia causa humanitaria, porque no se hacen las preguntas cruciales que los arquitectos de las guerras de Vietnam y de Irak en 2003 evitaron de forma tan irresponsable.

Con demasiada frecuencia, los defensores de una participación militar en Libia presentan su causa de una manera completamente antiséptica, improbablemente simple, y que no lleva, de ningún modo, a un enredo. Esto no quiere decir que no debamos intervenir, sino que, dadas nuestras recientes experiencias en Medio Oriente, deberíamos mantener un diálogo honesto acerca de los costos y las contingencias que podríamos enfrentar.

Bajo el auspicio de la Resolución del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, Estados Unidos y sus aliados han de extender una zona de exclusión aérea para proteger a la ciudad bastión de los rebeldes, Bengasi. Tal acción posiblemente sea criticable, dado que es poco probable que las fuerzas del coronel Gadafi vayan a asaltar una ciudad protegida por fuerzas internacionales. Entonces, la cuestión es cómo manejar los centros urbanos que están bajo la ocupación brutal de Gadafi.


Los libios de Surt, Misurata, Zawiyah, Juda, y otras ciudades, ¿son menos merecedores de la protección humanitaria que los residentes, justamente jubilosos, de Bengasi? ¿Puede Bengasi permancer como el único santuario en el medio de una Libia en llamas? Para mitigar el asedio de otras ciudades libias, Estados Unidos ¿necesita ir más allá del poderío aéreo y desplegar realmente Fuerzas Especiales, armar a los rebeldes, y reconocer al naciente gobierno de oposición? Las preocupaciones morales de los Estados Unidos y de la comunidad internacional ¿pueden circunscribirse con delicadeza a las fronteras de Bengasi?


Es importante señalar que la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU aprobada a instancias de Washington no se trata sólo de una zona de exclusión aérea. En las postrimerías de la resolución, Estados Unidos está moral y prácticamente obligado a la supervivencia y viabilidad de la insurgencia anti-Gadafi. Mantenerse al margen e indiferente a que el clan de Gadafi deje solo el oasis de Bengasi mientras molesta a otras ciudades y ciudadanos, traiciona la causa que el Consejo de Seguridad aparentemente abrazó. De lo contrario, sólo acabamos de tomarnos una copa. Cuando el efecto desaparezca, ¿estamos preparados para tomarnos otra?


Traducido de:
 
Ray Takey: Beware the Costs of Libyan Intervention.
(Ray Takey, Senior Fellow for Middle Eastern Studies)
En:  Council on Foreign Relations, First Take,  March 18, 2011

Véase el art. original en: CFR

La imagen de la portada pertenece a Epistemowikia (no tiene nada que ver con el artículo original traducido).

01 marzo 2011

Libia: Tierra Incógnita

Una vez que los libios, y gran parte del mundo civilizado, terminen de regocijarse con la aparentemente inevitable caída de Muammar al-Gaddafi, este paíse se enfrentará con la difícil tarea de reparar una sociedad largamente traumatizada por el régimen más “orwelliano” de todo el Oriente Medio. Libia carece tanto de instituciones formales legítimas como de una sociedad civil en pleno funcionamiento. Por lo tanto, la nueva era, post-Gaddafi, posiblemente se vea signada por la emergencia de grupos nacionales suprimidos durante muchísimo tiempo, en lucha por la supremacía dentro de lo que seguramente será un escenario caótico.


Durante cuatro décadas Libia fue, en gran medida, una tierra incógnica, un lugar donde la descomunal personalidad de su líder quijotesco y una burocracia bizantina cubrían una red informal de agentes de poder en constante cambio. Incluso mucho antes de los actuales disturbios, trabajar con estas figuras era, como mucho, incierto –era “como arrojarles dardos a globos dentro de una habitación a oscuras”, como me dijo un alto diplomático occidental en 2009.

Un futuro cercano, aun si Gaddafi se fuera, este país podría enfrentarse con una competencia constante entre las fuerzas de una Libia libre y los elementos recalcitrantes del régimen. En particular, los hijos de Gaddafi (Saif al-Islam, Khamis, Al-Saadi, y Mutassim) y sus milicias seguidoras puede que no pasen tranquilamente a la clandestinidad; la lucha por erradicarlos puede llegar a ser violenta y prolongada (no nos olividemos, por ejemplo, de los hijos de Saddam Hussein, Uday y Qusay).

Saif al-Islam por mucho tiempo fue reconocido en Occidente como un paladín de la reforma en Libia, pero mostró su verdadero carácter como reaccionario, muy al estilo de su padre, cuando en un discurso difundido la semana pasada prometió un “baño de sangre”.

En Libia, muchos de los ataques contra los manifestantes y sus supuestos simpatizantes están siendo ordenados por el Capitán Khamis al-Gaddafi, quien comanda la 32ª Brigada, la fuerza con más entrenamiento y mejor equipamiento del régimen. Como los disturbios se propagaron, la estrella de Al-Saadi fue en ascenso: como brigadier de las fuerzas especiales fue enviado a aplacar primero, y reprimir luego, la revuelta cervecera en Benghazi el pasado 16 de febrero.

Finalmente, Mutassim, asesor del Consejo de Seguridad Nacional libio, según se informa, en 2008 habría buscado establecer su propia milicia, para mantenerse al ritmo de sus hermanos, y tendría fuertes vínculos con una gran cantidad de conservadores e intransigentes.

Alineados contra estos resabios de Gaddafi, están los miembros de las fuerzas armadas y de seguridad libias, que se han unido a la oposición. A partir de principios de la década de 1990, Gaddafi debilitó, de forma deliberada, al cuerpo de oficiales libios, tras una sucesión de intentos de golpes de estado por parte de oficiales de bajo rango provenientes de las tribus de Warfalla y al-Magariha. Estas tribus se habían visto cada vez más marginadas por la propia tribu de Gaddafi, es decir, la de al-Qaddadfa, y estaban irritadas por la desastrosa guerra librada contra Chad a principios de los 1980s. A partir de entonces, Gaddafi mantuvo en general a los militares con fondos insuficientes, mientras dedicaba recursos y entrenamientos para las unidades de elite compuestas por los aliados tribales de al-Qaddadfa. Más tarde les confiaría estas unidades a sus hijos.

Con el transcurso de los años, la infraestructura del ejército regular se dilapidó tanto, y su presupuesto quedó tan magro, que, por ejemplo, los altos mandos (coroneles, generales) llegaron a utilizar ropas de civil para cuidar así sus uniformes. Algunos de los oficiales de más alto rango (entre ellos, quienes apoyaron a Gaddafi en el golpe de 1969) fueron obligados a retirarse después de los alzamientos en Túnez y Egipto, para evitar que lideraran algún tipo de oposición. Pero a pesar de todo, este cuerpo de oficiales, débil como está, puede ser el único cuerpo forma capaz de representar los verdaderos intereses nacionales libios, imparciales, en una era post-Gaddafi, y, lo más importante, evitar un estallido de violencia vengativa.

Las tribus libias también serán fundamentales para la gobernabilidad y la reconciliación nacional. El golpe de estado de Gaddafi en 1969 anuló el dominio tradicional de las tribus costeras orientales de la cirenaica a favor de las otras tribus, las del oeste y el interior del país. Si bien el régimen de Gaddafi se oponía (al menos en teoría) a la identidad tribal, su longevidad dependió en gran medida de una endeble coalición entre las tres tribus principales: al-Qaddadfa, al-Magariha y al-Warfalla.

En 1993, Gaddafi, aprovechando el poder de las tribus para la burocracia revolucionaria, tomó medidas creando “comités populares de liderazgo social”, responsables del mantenimiento del orden local. Este movimiento fue un reconocimiento tácito no solamente de la importancia de las tribus y de sus elites tradicionales en la política libia, sino también de que los instrumentos de poder estatal, ya de varios años (los despreciados comités revolucionarios), se habían vuelto demasiado corruptos y escleróticos como para controlar a la población.

En una era post-Gaddafi, los recientemente derrotados baluartes tribales del antiguo régimen (al-Magariha y al-Warfalla) tendrán un rol fundamental en la legitimidad y unidad del nuevo gobierno. Dicho esto, la debilidad y fragmentación de las fuerzas armadas y la disponibilidad de los recursos petroleros ponen de relieve la amenaza, bastante real, del señorío de la guerra tribal.

No obstante ello, la influencia tribal se ve atenuada por otras adhesiones: una fuerte clase media y, cada vez más, la religión.

Entre los islamistas de Libia, el Grupo Libio de Lucha Islámica atrajo por mucho tiempo la atención de Occidente debido a su asociación con al-Qaeda. Pero después de Gaddafi, las redes no-salafistas, menos visibles, serán mucho más importantes (es decir, las órdenes sufíes y la Hermandad Musulmana).

La orden sufí revivalista Sanussiya ocupa un lugar preemiente en la memoria colectiva del país. Proporcionó la base organizativa para la resistencia libia ante la ocupación italiana, y fue el pilar de sostén para la monarquía del rey Idris, quien mantuvo su poder soberano entre 1951 y 1969.

A pesar de que fue largamente hostil hacia el Sufismo, considerándolo una amenaza potencial para su poder, Gaddafi mismo comenzó una política de apoyo para las redes sufíes de caridad, tratando de amortiguar un poco el sufismo radical.

La Hermandad Musulmana, silenciada por mucho tiempo, también podría emerger como una poderosa fuerza. Tal vez sea muy significativo el hecho de que esta organización estuviera entre los primeros grupos libios en saludar al nuevo régimen en Egipto.

Todas estas influencias se basan en una división histórica a lo largo de la costa del Mediterráneo, que discurre entre Trípoli y la provincia oriental de Cirenaica, la base histórica de la monarquía Sanussi. Las dos regiones están divididas por diferencias lingüísticas y culturales, así como también por un vasto desierto. Las partes tribales orientales se vinculan con Egipto e incluso con la Península Arábiga, en lugar de hacerlo con el Maghreb. Después de derrocar a la monarquía, Gaddafi cambió el poder político y los recursos económicos hacia Trípoli, lo cual iba a exacerbar aún más la división regional.

En la era post-Gaddafi libia, Cirenaica podría verse tentada a reafirmar su primacía histórica. Para empezar, esta área produce toda la riqueza petrolera del país. Además lleva el orgulloso legado de haber liderado no una sino dos luchas de resistencia: la campaña guerrillera anti-italiana bajo la dirección del líder sufí Omar al-Mukhtar, y este 17 de febrero, el “Día de la Ira”, que fue bautizado por sus organizadores –no por casualidad- como la “Revolución Mukhtar”.

La periferia sur, escasamente poblada y muy mal gobernada, también competirá por los recursos y las influencias en el nuevo estado. Los grupos étnicos no-árabes con lazos transnacionales a lo largo del Sahel y de la franja del Sahara –los Amazigh (Bereberes), Tuaregs, y Toubou- se vieron marginados por Gaddafi. Sin dudas ahora buscan enmendar esta injusticia, y tienen todos los medios para hacer escuchar sus preocupaciones.

Inmediatamente antes de los disturbios de Benghazi, el activismo entre los Amazigh era la principal preocupación de Gaddafi en cuanto a la seguridad. Los Tuareg libraron una larga rebelión, que se extendió a través de Argelia, Níger y Malí, y los descontentos Toubou protagonizaron periódicos disturbios en los pueblos del sur.

En un futuro cercano, una administración fuerte pero equitativa será esencial para incorporar a estos grupos periféricos y, también, para evitar que al-Qaeda aproveche en el Maghreb islámico una situación de maniobrabilidad nueva generada en una zona cargada de rencores de larga data.

La nueva Libia va a necesitar de instituciones pluralistas, una constitución, y mecanismos de reparto de recursos para asegurar que una rivalidad Tripolitana-Cirenaica, el excesivo poder tribal, y las quejas étnicas no echen por tierra las ganancias de las últimas semanas. En este caso, la constitución de 1951 es un buen punto de partida: establece una estructura federal que brinda un grado de autonomía provincial, una capital rotativa entre Benghazi y Trípoli (esto fue modificado en 1963 a favor de un sistema más centralizado), y una legislatura bicameral.

Los líderes del nuevo estado necesitarán también adoptar un punto de vista magnánimo hacia los remanentes de la antigua burocracia. La Corporación Nacional del Petróleo, la Compañía de Inversiones Extranjeras Libio Árabe, y los varios comités populares pueden ser armas del estado dirigido por Gaddafi, pero también son reservorios de experiencia tecnocrática, administrativa y económica. La monarquía Sanussi, que está en el exilio desde que Gaddafi tomó el poder en 1969, también debería ser incluida –pero entendiendo que su legitimidad entre muchos libios se ha visto mermada por su larga ausencia del país.

Lo que es más importante, el ejército libio y el aparato de seguridad tendrán que desarrollar sus propias identidades, que respeten y diluyan las afiliaciones de tribu y geografía. Tendrán que extender las órdenes del gobierno post-Gaddafi hacia las zonas del interior del país y asegurar sus fronteras. Pero por sobre todas las cosas, las instituciones de seguridad del país tienen que reconstruirse a sí mismas de modo tal que se se subordinen incondicionalmente a la autoridad civil. Deben garantizar que el pretorianismo y los privilegios oficiales, que dieron lugar a la pesadilla de Gaddafi en primer lugar, nunca más puedan resurgir en el país. -





Fuentes

Traducido de: Libya´s Terra Incognita: Who and What Will Follow Qaddafi? / By: Frederic Wehrey. Foreign Affairs, February 28, 2011
véase el art. original en: Foreign Affairs

La imagen de la portada pertenece al siguiente blog: Dexedrina: partiendo de la nada hemos alcanzado las más altas cotas de miseria (art. "Gaddafi o el síntoma del uniforme")