11 marzo 2009

¿Quién manda realmente en Irán? (I)

Resumen. El que realmente toma las decisiones en Irán es el Líder Supremo: Ali Khamenei. No el presidente Ahmadinejad. Culpar al presidente Ahmadinejad por los actuales problemas del país sugiere, erróneamente, que los problemas de Irán se terminarán cuando él se vaya.
Mientras se acercaban las elecciones de marzo de 2008, muchos iraníes se preguntaban con nostalgia: si un reformista hubiera ganado las elecciones presidenciales de 2005 en vez de Mahmoud Ahmadinejad, ¿estaría Irán en semejante situación deplorable? Para Abdollah Ramezanzadeh, ex vocero de gobierno, la situación de Irán es la peor en cincuenta años. Y para muchos líderes de la oposición iraní, al igual que para los medios de prensa y la clase política occidentales, Ahmadinejad es el principal culpable de los males actuales de Irán: censura, corrupción, una economía decadente, y su posible candidature a un ataque norteamericano.
Sin embargo, este análisis no es del todo correcto, principalmente porque exagera la importancia de Ahmadinejad y deja fuera del scenario a la figura individual más ponderosa del país: Ali Khamenei, el líder supremo. La constitución iraní le da al líder supremo una enorme autoridad por sobre todas las principales instituciones del estado, y Khamenei, que ocupa su cargo desde 1989, ha encontrado muchas otras formas de incrementar su influencia. Formalmente o no, los poderes ejecutivo, legislativo y judicial del gobierno operan bajo la absoluta soberanía del líder supremo; Khamenei es el jefe de estado, el comandante en jefe, y el más alto ideólogo. También tiene injerencia en los asuntos económicos, religiosos y culturales a través de sus varios consejos de gobierno y órganos de represión, como la Guardia Revolucionaria, cuyo comandante en jefe es designado por el mismo Khamenei.
De todos los líderes que ha tenido Irán desde que se convirtió en República Islámica en 1979, solamente el Ayatollah Ruhollah Khomeini (líder de la revolución), Ali Akbar Hashemi Rafsanjani (presidente de Irán durante gran parte de la década de 1990), y Khamenei han tenido influencias definitorias.
A pesar de toda la atención que recibe, Ahmadinejad no figura en el “ranking” de los cien líderes mas importantes de Irán en los últimos treinta años. Khamenei respalda a Ahmadinejad de forma incommensurable; más que a sus predecesores; pero Ahmadinejad es solamente tan poderoso como devoto a Khamenei y exitoso en la promoción de sus objetivos. El poder de Khamenei es tan grande que, de hecho, en 2004 el reformista Muhammad Khatami declaró que el cargo de presidente, que él ocupaba en aquel momento, había sido reducido a un factotum. Culpar de los principales problemas del país a Ahmadinejad no solamente exagera su influencia; sugiere erróneamente que los problemas del país se terminarán cuando Ahmadinejad se vaya. Lo más probable es que, especialmente respecto a cuestiones como la política exterior iraní, la situación siga siendo la misma, siempre y cuando la estructura de poder que respalda el líder supremo se mantenga sin cambios.
Para ser exactos, hay diferencias entre las presidencias del mismo Khamenei (1981-1989), Rafsanjani (1989-1997), Khatami (1997-2005) y Ahmadinejad (2005-). El periodo de Khatami fue superior en muchos sentidos; por lo menos intentó marcar el inicio de una significativa liberalización política. Y sin embargo, tan mal asesorado como lo ha sido la dirigencia de Ahmadinejad en algunos aspectos, no ha sido una gran ruptura con el pasado como parecía. Y aunque en ciertos aspectos a Irán le ha ido peor con Ahmadinejad, en otros aspectos las cosas han estado, de casualidad, un poco mejor.
A juzgar por la libertad en las elecciones iraníes, ha habido poco progreso. Ya sea por el puesto de presidente, por el parlamento unicameral (conocido como el Majlis), o consejos locales, las elecciones en Irán son pseudo-elecciones manipuladas. Los candidatos tienen que jurar por escrito que se comprometen, en la teoría y la práctica, ante la constitución iraní, el Islam, la absoluta soberanía del líder supremo, y el fallecido Khomeini.
A varios miembros del ala izquierda del parlamento se les prohibió presentarse para la reeleción en 1992, cuando Rafsanjani era presidente. En las elecciones del Majlis de febrero de 2004, bajo la presidencia de Khatami, unos 190 de los 290 escaños en total fueron asignados de antemano para candidatos conservadores específicos, y un 43 por ciento de los candidatos registrados (3.500 de 8.172) fue descalificado –este fue un “golpe parlamentario”, según Mostafa Tajzadeh, reformista y viceministro del interior en aquel momento.
Las elecciones presidenciales en las que resultó vencedor Ahmadinejad en 2005, fueron tan manipuladas que varios altos funcionarios renunciaron en protesta. Desde entonces, las cosas no han mejorado mucho que digamos. En las elecciones para Majlis a principios del 2008, se asignaron 158 escaños (dejando solamente 132 puestos abiertos para la consulta) y un 26 por ciento de los candidatos registrados (2.000 de 7.597) fue descalificado. El grupo reformista Organización Mujaidines de la Revolución Islámica denostó estas elecciones “a medida” como un intento por parte del liderazgo de moldear un Majlis obediente.
En otras áreas, la situación ha mejorado modestamente.
La primera década después de la revolución fue la peor de la República Islámica en términos de violenta represión. Los prisioneros políticos eran sistemáticamente torturados; en verano de 1988, varios miles de ellos fueron ejecutados por orden de Khomeini –y a la vista de Khamenei como presidente.
Con Rafsanjani, rutinariamente el Ministerio de Inteligencia y Seguridad asesinaba a figuras de la oposición en Irán y en el exterior, y la tortura de prisioneros políticos continuó sin parar. Poco después de que Khatami fuera elegido, el Ministerio de Inteligencia y Seguridad asesinó a varios disidentes, y aunque la situación de los derechos humanos mejoró debido a una mayor libertad de prensa, y aumentó la discusión sobre abusos a los derechos humanos, aquellos de nosotros que escribimos acerca de estas continuas injusticias fuimos encarcelados. Las condiciones de detención siguien siendo deplorables –solo el año pasado, una joven doctora y un estudiante kurdo murieron en custodia- pero en general han mejorado en comparación con la década de 1980.
Sin embargo, este progreso tiene poco que ver con Ahmadinejad. Si los casos de represión política han disminuído durante las últimas tres décadas, es en gran medida porque las nociones de democracia y derechos humanos se han arraigado profundamente en el pueblo iraní y, por consiguiente, se ha hecho mucho más difícil para el gobierno cometer crímenes.
Del mismo modo, la crítica al líder supremo es más frecuente. Periodistas como Ahmad Zeydabadi e Issa Saharkhiz, la Asociación por la Libertad de Prensa en Irán, el teólogo Ahmad Qabel (quien sostiene que la religion recomienda pero no “ordena” que las mujeres cubran su cabeza), y varios grupos políticos reformistas han escrito cartas abiertas y ensayos fustigando a Khamenei. La ejecución del proyecto de larga data de “promoción de la seguridad social” –un eufemismo para la represión social, en especial a través de la aplicación de un código oficial de vestimenta- no ha sido tan estricta bajo la presidencia de Ahmadinejad como lo fue antes. De hecho, los jóvenes iraníes han adoptado estilos de vida que son totalmente inaceptables para el regimen.
La retórica populista de Ahmadinejad también ha tenido el efecto inesperado de permitir un mayor control de sus políticas. Mediante el uso de un lenguaje sencillo para criticar a sus opositores, Ahmadinejad también los oblige a hablar en términos más claros y contundentes. A principios de 2008, cuando Ahmadinejad destituyó a algunos políticos reformistas por estar “mal calificados” para participar de las próximas elecciones parlamentarias, Mohsen Armin, un eminente reformista, retrucó: “Si personas mal calificadas están siendo advertidas para que desistan de registrarse como candidatos para no inflingir un costo al país, Ahamadinejad es sin dudas la primera persona a la que se le debería prohibir presentarse en las elecciones”.
Refiriéndose a la “inflación que aumenta día a día, y el pueblo sufriendo penurias de diversas maneras”, Tajzadeh, ex viceministro del interior, ha acusado a Ahmadinejad de ser “incompetente en asuntos ejecutivos y económicos”. Sayyid Mohammad Sadr, viceministro de relaciones exteriores del gobierno de Khatami, escribió que los rasgos definitorios de la política exterior de Ahmadinejad son “su punto de vista inexpert y engañoso”, “un sentido de auto-adoración”, y “una profunda ignorancia”. Sadr prosigue: “Él no sabe que no sabe, así que no le pregunta a nadie... Ahmadinejad necesita viajar un poco”.
Tales ataques no tienen parangón durante la presidencia de Khatami. Khatami y sus compañeros reformistas eran acusados frecuentemente de ser irreligiosos y anti-islámicos. A Ahmadinejad se lo acusa de susribirse a una “religiosidad supersticiosa”, la magia y el ocultismo. Algunas personas incluso lo han llamado loco.
Por supueto, sigue la censura de prensa. A finales de 2007, el Consejo Supremo de Seguridad Nacional (SNSC), que formula las políticas de seguridad de Irán, instruyó a la prensa sobre qué podía publicar acerca de las relaciones Estados Unidos-Irán, Irak, y las elecciones parlamentarias y presidenciales, y prohibió la difusión de opiniones contrarias sobre el programa nuclear iraní, el malestar de la minoría cerca de las fronteras de Irán con Afganistán o Irak, y la racionalización del combustible. Pero esta censura también tuvo lugar durante los periodos de Rafsanjani y Khatami. Por ejemplo, Khatami una vez prohibió a los diputados del sexto Majlis (2000-2004) que leyeran una carta que criticaba la posición de Khamenei sobre la cuestión nuclear en una sesión abierta del parlamento, y a los diarios les prohibió publicarla.
Ahmadinejad merece poco crédito por los poquísimos progresos que Irán pueda haber experimentado bajo su presidencia, pero tampoco se merece que lo acusen de ser considerablemente peor que sus predecesores o sus pares.
Incluso el antagonismo hacia él ha enceguecido tanto a sus críticos que cuando otros conservadores renuncian o son desplazados de sus cargos, instantáneamente son vistos como mejores compañeros que él. A Ali Larijani ya lo extrañaban tan pronto como renunció como jefe negociador en cuestiones nucleares, a fines de 2007, a pesar de que durante la década en la que él había dirigido la organización de difusión estatal, reiteradamente emitió programas de television que buscaban mancillar la reputación de de disidentes y reformistas por medio de verdades a medias, fabulaciones y mentiras descaradas. De igual modo, cuando Yahya Rahim Safavi fue reemplazado como comandante de la Guardia Revolucionaria, los reformistas comenzaron a mascullar que su sucesor era un hombre muy peligroso. Evidentemente se habían olvidado de que Safavi una vez dijo que su trabajo consistía en echar agua dentro de sus “agujeros de serpientes”.
El sultan Khamenei
Si alguna persona por sí sola es culpable del estado de Irán actualmente es Khamenei, quien en el transcurso de dos décadas como líder supremo se ha asegurado un complete dominio del poder en Irán. “Donde el dominio es primariamente tradicional, a pesar de que es ejercido en virtud de la autonomía personal del gobernante, se llama autoridad patrimonial”, escribía Max Weber en “Economy and Society”, en 1922; “donde en realidad opera primariamente sobre la base de la discreción, se llamará sultanismo”. El sultanismo es tradicional y arbitrario, según Weber, y se expresa en gran medida a través del recurso de la fuerza military y a través de un sistema administrativo que es una extension de la casa y la corte del gobernante. Los sultanes a veces celebran elecciones para probar su legitimidad, pero nunca pierden poder en ellas. De acuerdo con Weber, los sultanes promueven o degradan oficiales a su entera voluntad, privan a los organismos estatales de su independencia de acción y los infiltra con sus representantes, y utilizan recursos económicos estatales para financiar un amplio aparato de represión. Weber debe haber estado describiendo a Khamenei.
Hoy Irán es un neo sultanato, no un estado totalitario, ni tampoco uno fascista. Tales regímenes crean sociedades de una sola voz, y en Irán se pueden escuchar muchas voces diferentes hoy en día. El Irán contemporáneo es todavía una teocracia islámica, pero ninguna ideología individual domina al país. Eh el estado soviético totalitario, no había otra cosa que el Marxismo y su versión bolchevique oficial. En Irán, el liberalismo, el socialismo, y el feminismo han sido, todos, considerados como alternativas a la ideología gobernante, y muchos iraníes se identifican abiertamente con estas corrientes. Irán no tiene un solo partido abarcativo a cargo de la organización de la sociedad: tiene docenas de partidos –tales como el Partido (reformista) Mosharekat (participación) y el conservador pragmático Partido Kargozaran-e Sazandegi (ejecutivos de la construcción)- y si bien no son tan libres o autónomos como los partidos en los países democráticos, ellos representan puntos de vista que difieren de los del gobierno.
Hasta cierto punto, además, Khamenei tiene que tratar sus preocupaciones. Por ejemplo, frente a un escándalo por los continuos asesinatos de políticos disidentes en 1998, Khamenei se vio obligado a dirigirse al público –y desde el púlpito del Viernes de oración en Teherán- acusar de los asesinatos a elementos fuera de control dentro del Ministerio de Inteligencia y Seguridad.
Tampoco el Islam gobierna Irán. Los fundamentalistas religiosos gobernantes carecen de una vision unificada, y las versiones fundamentalistas, tradicionalistas y modernistas del Islam compiten por atención entre los iraníes. Desde la revolución de 1979, la religión ha servido al estado iraní, no al revés.
Khomeini mantuvo una concepción resueltamente sultanista del Islam. “El estado... tiene prioridad sobre todos los preceptos de la sharia”, escribió en 1998. “El gobernante puede destruir una mezquita o una casa si ésta impide la construcción de un camino... El estado puede evitar temporalmente el hajj [la peregrinación a La Meca y Medina, una importante obligación religiosa] cuando considere que sea contrario a los intereses del estado islámico”. Si bien hay, por supuesto, fascistas y lecturas fascistas del Islam en Irán, no lo convierten en un estado fascista. Independientemente de las intenciones y los objetivos de los fundamentalistas gobernantes del país, son los hechos sociales sobre el terreno los que determinan qué clase de régimen tiene realmente Irán.

Uno de estos hechos es que el Artículo 57 de la constitución iraní le garantiza al líder supremo un poder absoluto. Este artículo establece que “los poderes de gobierno en la República Islámica están investidos con los poderes legislativo, judicial y ejecutivo, funcionando bajo la supervisión del líder religioso absoluto”. Además, el Consejo de Guardianes, el intérprete oficial de la constitución, ha dictaminado que esta cláusula define solamente las prerrogativas mínimas del líder.

Khamenei ha usado su amplio mandato para ejercer el control no solo sobre las tres ramas del gobierno sino también sobre los asuntos económicos, religiosos y culturales, a veces directamente y a veces a través de varios consejos o la Guardia Revolucionaria. Esta absoluta soberanía permite al líder supremo intervenir arbitrariamente en la vida de sus ciudadanos. El hecho de que semejante poder absoluto esté garantizado por la constitución no hace su aplicación menos que discrecional.

Desequilibrio de poder

Una de las principales palancas de poder es la capacidad del líder supremo de nombrar y destituir altos funcionarios de gobierno. El presidente Rafsanjani le permitió a Khomeini elegir sus ministros: de cultura, del interior, de inteligencia, de educación superior y de relaciones exteriores. (Khamenei también estado siempre particularmente interesado en esos ministerios, así como también en los asuntos exteriores). Desde el momento de su nombramiento en 1989, Khamenei ha limitado sus términos de designación y regularmente saca a los ocupantes de puestos militares y políticos sensibles. Poco importa que sea improbable que Khamenei lo destituya a Ahmadinejad; el punto es que puede hacerlo.

Khamenei también ejerce un importante control sobre el Majlis. Oficialmente, el Ministerio del Interior supervisa las elecciones, pero la verdad es que es obra del Consejo de Guardianes, la mitad de cuyos miembros son designados por el líder supremo. Además de garantizar que la legislación pendiente se ajusta a la constitución, los doce clérigos y juristas que se sientan en el consejo examina a todos los candidatos para la presidencia, el Majlis, y la Asamblea de Expertos (un organismo clerical que, a su vez, elige y supervisa al líder supremo).

En 1992, después de que Khamenei dijo que los Estudiantes Musulmanes Seguidores de la Línea del Imán, una facción islámica de izquierda que estuvo detrás de la toma de la embajada norteamericana en Teherán en 1979, eran “sedicionistas”, el Consejo de Guardianes impidió que 41 diputados majlis de aquella facción se presentaran para una tercera reelección. En total, según Behzad Nabavi, uno de los fundadores de la reformista Organización Mujaidines de la Revolución Islámica, más de 350.000 personas fueron eventualmente descalificadas para presentarse en las elecciones parlamentarias de 1992, incluyendo más de 80 majlis titulares.

Khamenei con frecuencia criticaba al sexto Majlis, pro-reforma, por ser “pro-americano” y “radical” y por tener “una voz general” que era “contraria a muchos de los intereses del régimen”, y abiertamente elogió al séptimo Majlis, conservador (2004-2008). Meses antes de las elecciones parlamentarias de marzo de 2008, ordenó la descalificación de diputados que habían formado parte de una “sentada” antes de las elecciones de 2004.

El Consejo de Guardianes también tiene la autoridad de vetar cualquier ley aprobada por los legisladores (el presidente no tiene esta facultad). Por ejemplo, ni siquiera permitió al sexto Majlis que redujera el presupuesto de la organización de difusión estatal. Abolghassem Khazali, ex miembro del Consejo de Guardianes, declaró que si solamente cuatro mientos del consejo se oponen a lo que 60 millones de iraníes aprueban, “es el fin de la cuestión”.

En términos más generales, Khamenei ejerce el control sobre todas las instituciones elegidas de Irán en virtud de una provisión constitucional (Artículo 110) que lo faculta para establecer las políticas generales del estado. Khamenei elabora innumerables políticas militares, económicas, judiciales, sociales, culturales y educativas, y las presenta a los organismos estatales para su implementación por medio del Consejo de Discernimiento. (Este Consejo, cuyos miembros son nombrados por el líder supremo, se encarga de resolver disputas políticas entre el Majlis y el Consejo de Guardianes). En otras palabras, incluso si los reformistas pudieran ganar el control de los organismos elegidos, cualquier política independiente que trataran de implementar sería contrarrestada en defensa de las políticas generales del estado.

Por ejemplo, cuando Khamenei encontró errores en el proyecto de prespuesto del Majlis para 2008-2009, él y Rafsanjani, que ahora es presidente del Consejo de Discernimiento, recurrieron al Consejo de Guardianes para alertar a los Majlis de esos errores. Poco tiempo después, el Majlis enmendó el proyecto, agregando propuestas del Consejo de Discernimiento al respecto. Y este era un Majlis manejado por conservadores; a un parlamento controlado por reformistas obviamente le hubiera ido muchísimo peor.

El poder judicial, también cae bajo la esfera de influencia de Khamenei, y lo ha utilizado por mucho tiempo como una herramienta de represión.

La Corte Revolucionaria Islámica, que tiene una amplia discrecionalidad para juzgar casos de sedición, está sujeta a los caprichos del líder supremo. Saeed Mortazavi, el juez que intervino en la fuerte represión del movimiento reformista durante la presidencia de Khatami y que ahora es el fiscal general en Teherán, ha estado emitiendo órdenes de detención para activistas de la sociedad civil, enviando a cientos de ellos a la cárcel. El ministro de inteligencia, Gholam-Hossein Mohseni Eejeie, durante años ha estado ordenando la detención y el encarcelamiento de figuras de la oposición a través de la Corte Especial para la Clerecía y la Corte Disciplinaria para Empleados del Gobierno, las dos controladas por la oficina del líder supremo. Mehdi Karroubi, portavoz del Majlis en 1989-1992 y 2000-2004, ha dicho que logró la liberación del diputado Majlis Hossein Loqmanian (quien fue encarcelado por cargos de insultar a la judicatura) “pidiendo una audiencia con el eminente líder”.

La prohibición de periódicos y el encarcelamiento de periodistas son a menudo obras del poder judicial. En 1998, Khamenei fue aún más lejos, al instruir al entonces presidente Khatami para que limitara las investigaciones sobre la llamada cadena de asesinatos de 1998 durante la época de la presidencia de Khatami (durante la que solamente cuatro de las varias decenas de crímenes tuvieron lugar) y que no investigara nada más arriba del nivel de Saeed Emami, viceministro de inteligencia y principal sospechoso del caso.

Como jefe ideólogo del estado, Khamenei también tiene poder sobre cuestiones religiosas. Dejó de lado al Ayatollah Mohammad Reza Mahdavi-Kani y a Ali Akbar Nateq-Nuri, dos clérigos conservadores que gozaban de enorme influencia con Khomeini pero que en ocasiones demostraban una cierta independencia de pensamientos. Controla las mezquitas y designa a los que dirigen la oración de los viernes. Cada semana, las sedes de oración en Teherán (que son controladas por Khamenei) dictaminan qué tema tienen que discutir los sermones en todo Irán. Los seminarios han sido históricamente independientes del gobierno, pero Khamenei ha extendido su influencia por sobre ellos aumentando el financiamiento desde el Estado. En una ruptura con la tradición, él determina quién puede ser un jurista de alto rango con la autoridad para interpretar los textos fundacionales del Islam.

Continuará...


Traducido de: The Latter-Day Sultan: Power and Politics in Iran. Akbar Ganji. Foreign Affairs, nov/dic 2008
véase el art. original en:
http://www.foreignaffairs.org/20081001essay87604-p0/akbar-ganji/the-latter-day-sultan.html

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