“Dios ha muerto”
No. Cuando Friedrich Nietzsche anunció la muerte de Dios en 1882, pensaba que en el mundo moderno y científico la gente muy pronto ya no toleraría la idea de la fe religiosa. Al momento en que The Economist publicó su famosa portada “God is Dead” en 1999, la cuestión parecía discutible, a pesar del aumento de la religiosidad politizada (el fundamentalismo) en casi todas las principales religiones desde la década de 1970. Un oscuro ayatollah derrocaba al shah de Irán, el sionismo religioso salía a la luz en Israel, y en Estados Unidos la Mayoría Moral de Jerry Falwell anunciaba su oposición dedicada al “humanismo secular”.
Pero es sólo a partir del 11 de septiembre de 2001 que Dios ha demostrado estar vivo y mucho más allá de toda duda (por lo menos en lo que respecta al debate público global). Con jihadistas atacando a Estados Unidos, un Medio Oriente cada vez más radicalizado, y un cristiano renacido en la Casa Blanca durante ocho años, será dificil encontrar a alguien en desacuerdo. Incluso, el editor en jefe del The Economist coescribió un libro titulado “God is Back” (Dios ha regresado). Mientras que todavía muchos cuestionan la relevancia de Dios en nuestras vidas privadas, hay un debate diferente en la escena global: ¿Dios es una fuerza benéfica para el mundo?
Los llamados nuevos ateos, como Richard Dawkins, Sam Harris y Christopher Hitchens, han denunciado la creencia religiosa no sólo como retrógrada sino también como maligna; se consideran a sí mismos como la vanguardia de una campaña por extirparla de la conciencia humana. La religión, según ellos, crea divisiones, conflictos y guerra; aprisiona a las mujeres y les lava el cerebro a los niños; sus doctrinas son primitivas, no científicas, e irracionales; esencialmente, la preservación de lo ingenuo y lo crédulo.
Estos escritores se equivocan, no sólo en cuanto a la religión sino además sobre la política, porque se equivocan sobre la naturaleza humana. El Homo sapiens es también un “Homo religiosus”. Tan pronto como nos hicimos reconociblemente humanos, los hombres y las mujeres comenzamos a crear religiones. Somos criaturas buscadoras de sentido. Los perros, hasta donde sabemos, no se preocupan por su condición canina, ni tampoco les atormenta su mortalidad; pero los seres humanos caemos muy fácilmente en la desesperación si no le encontramos algún sentido a nuestra vida. Las ideas teológicas van y vienen, pero la búsqueda se significados o sentidos siempre continúa. De manera que Dios no se va a ninguna parte. Y cuando tratamos a la religión como algo a ser ridiculizado, desestimado, o destruido, corremos el riesgo de amplificar sus peores falencias. Nos guste o no, Dios está auí para quedarse, y es tiempo de que encontremos la forma de vivir con él equilibradamente, de manera compasiva.
No. Cuando Friedrich Nietzsche anunció la muerte de Dios en 1882, pensaba que en el mundo moderno y científico la gente muy pronto ya no toleraría la idea de la fe religiosa. Al momento en que The Economist publicó su famosa portada “God is Dead” en 1999, la cuestión parecía discutible, a pesar del aumento de la religiosidad politizada (el fundamentalismo) en casi todas las principales religiones desde la década de 1970. Un oscuro ayatollah derrocaba al shah de Irán, el sionismo religioso salía a la luz en Israel, y en Estados Unidos la Mayoría Moral de Jerry Falwell anunciaba su oposición dedicada al “humanismo secular”.
Pero es sólo a partir del 11 de septiembre de 2001 que Dios ha demostrado estar vivo y mucho más allá de toda duda (por lo menos en lo que respecta al debate público global). Con jihadistas atacando a Estados Unidos, un Medio Oriente cada vez más radicalizado, y un cristiano renacido en la Casa Blanca durante ocho años, será dificil encontrar a alguien en desacuerdo. Incluso, el editor en jefe del The Economist coescribió un libro titulado “God is Back” (Dios ha regresado). Mientras que todavía muchos cuestionan la relevancia de Dios en nuestras vidas privadas, hay un debate diferente en la escena global: ¿Dios es una fuerza benéfica para el mundo?
Los llamados nuevos ateos, como Richard Dawkins, Sam Harris y Christopher Hitchens, han denunciado la creencia religiosa no sólo como retrógrada sino también como maligna; se consideran a sí mismos como la vanguardia de una campaña por extirparla de la conciencia humana. La religión, según ellos, crea divisiones, conflictos y guerra; aprisiona a las mujeres y les lava el cerebro a los niños; sus doctrinas son primitivas, no científicas, e irracionales; esencialmente, la preservación de lo ingenuo y lo crédulo.
Estos escritores se equivocan, no sólo en cuanto a la religión sino además sobre la política, porque se equivocan sobre la naturaleza humana. El Homo sapiens es también un “Homo religiosus”. Tan pronto como nos hicimos reconociblemente humanos, los hombres y las mujeres comenzamos a crear religiones. Somos criaturas buscadoras de sentido. Los perros, hasta donde sabemos, no se preocupan por su condición canina, ni tampoco les atormenta su mortalidad; pero los seres humanos caemos muy fácilmente en la desesperación si no le encontramos algún sentido a nuestra vida. Las ideas teológicas van y vienen, pero la búsqueda se significados o sentidos siempre continúa. De manera que Dios no se va a ninguna parte. Y cuando tratamos a la religión como algo a ser ridiculizado, desestimado, o destruido, corremos el riesgo de amplificar sus peores falencias. Nos guste o no, Dios está auí para quedarse, y es tiempo de que encontremos la forma de vivir con él equilibradamente, de manera compasiva.
No. Eso lo hacen los seres humanos. Para Hitchens (en su obra “God is not great”) la religión es inherentemente “violenta... intolerante, aliada con el racismo, el tribalismo y la intolerancia”; hasta los llamados “moderados” son culpables por asociación. Sin embargo, no es Dios ni la religión, sino la violencia misma (inherente a la naturaleza humana) lo que engendra la violencia. Como especie, sobrevivimos matando y comiéndonos a otros animales; también matamos a los de nuestra misma especie. Tan omnipresente es esta violencia que se filtra en la mayoría de las escrituras, aunque estos agresivos pasajes siempre se equilibran y se revisan mediante otros textos que promueven una ética compasiva basada en la Regla de Oro: Trata a los demás como te gustaría que te trataran a tí. A pesar de fallas manifiestas a lo largo de los siglos, esta sigue siendo la posición ortodoxa.
Al afirmar que Dios es la fuente de toda la crueldad humana, Hitchens y Dawkins ignoran algunas de las facetas más oscuras de la moderna sociedad secular, que han sido espectacularmente violentas debido a que nuestra tecnología nos ha permitido matar personas a una escala sin precedentes. No es de sorprenderse que la religión haya absorbido esta beligerancia, como quedó muy claro a partir de las atrocidades del 11 de Septiembre de 2001.
Pero las guerras “religiosas”, sin importar cuáles sean sus herramientas, siempre comienzan como guerras políticas. Esto ocurrió en Europa durante el siglo XVII, y sigue pasando actualmente en Medio Oriente, donde el movimiento nacional palestino ha evolucionado desde secular de izquierda hasta un nacionalismo articulado cada vez más con lo islámico. Incluso las acciones de los llamados “jihadistas” se han inspirado en la política, no en Dios. En un estudio sobre ataques suicidas entre 1980 y 2004, el norteamericano Robert Pape concluyó que el 95 por ciento de estos atentados estaban motivados por un claro objetivo estratégico: obligar a las democracias modernas a retirarse de los territorios que los agresores consideran como su patria nacional.
No obstante, esta agresión no representa la fe de la mayoría. En una reciente encuesta de Gallup, efectuada en 35 países musulmanes, sólo un 7 por ciento de los encuestados pensaba que los ataques del 11 de septiembre eran justificados. Sus razones eran completamente políticas.
El fundamentalismo no es conservador. Más bien, es muy innovador –incluso herético- porque siempre se desarrolla en respuesta a una crisis percibida. En su ansiedad, algunos fundamentalistas distorsionan la tradición que intentan defender. El ideólogo pakistaní Abu Ala Maududi (1903-1979) fue el primer pensador musulmán importante en hacer la jihada, entiendo “guerra santa” en lugar del tradicional sentido de “lucha” o “esfuerzo” de autosuperación, un deber musulmán central. Tanto él como el influyente pensador egipcio Sayyid Qutb (1906-1966) eran plenamente conscientes de que esto era extremadamente controvertido, pero creían que estaba justificado por el imperialismo occidental y las políticas secularizantes de gobernantes como el presidente egipcio Gamal Abdel Nasser.
Todo fundamentalismo –sea judío, cristiano o musulmán- está basado en un profundo temor de aniquilación. Qutb desarrolló su ideología en los campos de concentración donde Nasser enterró a miles de sus Hermanos Musulmanes. La historia muestra que cuando estos grupos son atacados, militar o verbalmente, invariablemente se vuelven más extremistas.
“Dios es para los pobres e ignorantes”
No. Los nuevos ateos insisten vehemente en que la religión es pueril e irracional, perteneciendo, como argumenta Hitches, a la “infancia de nuestra sociedad”. Esto refleja el amplio desacuerdo entre los intelectuales occidentales y la humanidad, enfrentada con la aparentemente ilimitada elección y prosperidad, que todavía debe basarse en lo que Karl Marx llamó el “opio” de las masas.
Pero Dios se niega a ser superado, aún en los Estados Unidos, el país más rico del mundo y el país más religioso del mundo desarrollado. Ninguna de las grandes religiones es reacia a los negocios; cada una se desarrolló en una naciente economía de mercado. La Biblia y el Corán pueden haber prohibido la usura, pero a lo largo de los siglos judíos, cristianos y musulmanes han encontrado formas de sortear esta restricción y producir economías prósperas. Es una de las grandes ironías de la historia religiosa el hecho de que el Cristianismo, cuyo fundador pensaba que era imposible servir a Dios y al dinero, haya producido el entorno cultural que, como lo sugería Max Weber en su libro “La ética prostestante y el espíritu del capitalismo” (1905), formó parte integral del capitalismo moderno.
Sin embargo, la actual crisis financiera demuestra que la crítica religiosa de la ambición excesiva está lejos de ser irrelevante. Aunque no se oponen a los negocios, las principales doctrinas religiosas han intentado contrarrestar algunos de los abusos del capitalismo. Las religiones orientales, como el Budismo, por medio del yoga y otras disciplinas intentan moderar la agresiva codicia de la psique humana. Las tres religiones monoteístas han arremetido contra la injusticia de la desigual distribución de la riqueza –una crítica que habla directamente de la brecha entre los ricos y los pobres en nuestra sociead.
Para recuperarnos de los malsanos efectos del año pasado, puede que necesitemos exactamente conquistar el egotismo que siempre ha sido ensencial en la búsqueda de la trascendencia que llamamos “Dios”. La religión no es simplemene una cuestión de suscripción a un conjunto de creencias obligatorias; es un trabajo duro, que requiere un esfuerzo incesante por ir más allá del egoísmo que nos impide lograr una humanidad más humana.
“Dios y la política no deben mezclarse”
No necesariamente. Los políticos teológicamente iletrados durante mucho tiempo le han dado una mala reputación a la religión. Una inadecuada comprensión de Dios que lo reduce a un ídolo a nuestra imagen y semejanza, que nos da alegrías y pesares como sanciones sagradas, es la peor forma de tiranía espiritual. Semejante arrogancia condujo a atrocidades tales como las Cruzadas. El ascenso del secularismo en el gobierno estaba destinada a revertir esta tendencia, pero el mismo secularismo ha creado nuevos demonios infligiéndoselos al mundo.
En Occidente, el secularismo ha sido un éxito, esencial para el moderno sistema económico y político, pero se logró de forma gradual a lo largo de casi 300 años, lo cual permitió que las nuevas ideas de gobierno llegaran lentamente a todos los niveles de la sociedad. Pero en otras partes del mundo la secularización ha tenido lugar demasiado rápido, por lo que ha sido resentida por grandes sectores de la población, que todavía están profundamente arraigados en la religión y ven a las instituciones occidentales como extrañas.
En Medio Oriente, la secularización demasiado agresiva en ocasiones ha resultado contraproducente, haciendo que el “establishment” religioso se hiciera más conservador o incluso radical. En Egipto, por ejemplo, el notable reformista Muhammad Ali (1769-1849) empobreció y marginó de forma brutal a la clerecía, por lo que sus miembros le volvieron la espalda. Cuando los shahs de Irán torturaron y exiliaron a los mullahs que se oponían a su régimen, algunos, como el Ayatollah Ruhollah Khomeini, llegaron a la conclusión de que era necesario tomar medidas más extremas por parte de los futuros líderes religiosos de Irán.
El Chiísmo durante siglos había separado la religión de la política como una cuestión de principios sagrados, y la insistencia de Khomeini de que un clérigo debía convertirse en jefe de estado era un innovación extraordinaria. Pero la religión moderada puede llegar a desempeñar un rol constructivo en la política. Muhammad Abdu (1849-1905), gran muftí de Egipto, temía que la gran mayoría de los egipciones no entenderían las nacientes instituciones democráticas del país a menos que estuvieran explícitamente enlazadas con los principios islámicos tradicionales que enfatizaban la importancia de la consulta (shura) y el deber de buscar el consenso (ijma) antes de la promulgación de una legislación.
En el mismo espíritu, Hassan al-Banna (1906-1949), fundador de la Hermandad Musulmana, comenzó su movimiento traduciendo el mensaje social del Corán en un lenguaje moderno, fundando clínicas, hospitales, organizaciones sindicales, escuelas, y fábricas que les diera a los trabajadores seguros, vacaciones y buenas condiciones laborales. En otras palabras, pretendía llevar las masas a la modernidad en un contexto islámico. La popularidad resultante de la Hermandad era una amenaza para el gobierno secular de Egipto, que no podía proporcionar aquellos servicios. En 1949 Banna fue asesinado, y en reacción algunos miembros de la Hermandad se escindieron en ramificaciones radicales.
Por supuesto, la forma en que se usa la religión en la política es más importante que la forma en que la usamos todos. Presidentes norteamericanos como John F. Kennedy y Barack Obama han invocado la fe como una experiencia compartida que mantiene unido al país –un enfoque que reconoce el poder comunitario de la espiritualidad sin ninguna pretensión de derecho divino. Sin embargo, este consenso no es satisfactorio para los Protestantes Americanos fundamentalistas, que consideran que Estados Unidos debería ser una nación distintivamente cristiana.
“Dios engendra violencia e intolerancia”
Segunda Parte: Dios, Religión y Política (2)
http://sara-terrorismointernacional.blogspot.com/2009/12/dios-religion-y-politica-2.html
La traductora no comparte necesariamente los conceptos vertidos en este artículo.
Traducido de: Think Again: God. By: Karen Armstrong. Foreign Policy (nov/dic 2009)
véase el art. original en:
http://www.foreignpolicy.com/articles/2009/10/19/god_0?page=0,0
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