En el canon albanés, un manual del siglo XV que detalla las reglas de la venganza, que todavía está en circulación, se espera que la familia de un hombre “tome de nuevo su sangre” si es baleado. En Irán, una muerte puede ser compensada con "dinero de sangre": cien camellos en el Islam de los primeros tiempos, y miles de dólares en la actualidad. La vida de una chica vale solamente la mitad de la vida de un muchacho. Por lo tanto, es un ojo, un diente, la vigésima parte. En Sicilia, hay una tradición oral que describe varios métodos de venganza: atar los pies de un hombre a su cuello, de manera que cuando se mueva se estrangule a sí mismo; maniatar a la víctima a una fogata de madera de olivo; arrojarla a un chiquero lleno de cerdos hambrientos.
Hoy en día, se puede ver la venganza a escala masiva encarnada en la persona de Radovan Karadzic, el ex líder de los serbobosnios, quien se encuentra en una cárcel de Belgrado acusado por crímenes de guerra, incluyendo la supervisión de la masacre de casi 8000 hombres y niños musulmanes en 1995 en Srebrenica. Por lo menos algunas de estas muertes fueron reclamadas por oficiales serbios, en aquel momento, como venganza por anteriores matanzas de serbios.
Venganza: es tan Antigua como la humanidad, tan natural como el parpadeo. Ha sido examinada y ponderada por antropólogos, psicólogos, sociólogos, filósofos, juristas, poetas, dramaturgos, e incluso primatólogos (recientemente descubrieron que los chimpancés castigan a los ladrones volcando sus tablones de comida, para que no puedan disfrutar del fruto de sus robos).
Sin embargo, solo recientemente los economistas han dirigido su atención a la venganza, y tratado de medirla en el mundo real. En un documento publicado el mes pasado en el sitio web de la Oficina Nacional de Investigación Económica (National Bureau of Economic Research http://www.nber.org/), H. Naci Mocan, economista de la Universidad Estatal de Louisiana, recavó información sobre 89.000 personas en 53 países para delinear un mapa de la venganza. Lo que se encontró es que entre los más vengativos están las mujeres, las personas mayores, los pobres y los residentes en zonas con altos niveles de delincuencia.
“Teníamos una duda sobre si se podían o no cuantificar los sentimientos vengativos de manera científica”, dijo el señor Mocan. “Es el primer análisis de esta cuestión en busca de datos reales”.
Resultó que los atributos personales (edad, ingresos económicos, género), así como las características de la cultura y del país, contribuyen al deseo de venganza de una persona, sostuvo Mocan. “Un sentimiento como el de la venganza”, continuó, “que puede ser considerado primario, es sin embargo influenciado por las circunstancias económicas y sociales de la persona y el país donde vive”.
Para los economistas, el trabajo del señor Mocan, si bien todavía es preliminar, abre las puertas de una nueva área de exploración. “Creo que es una investigación realmente importante”, afirmó Daniel Houser, profesor en la Universidad George Mason, especialista en economía experimental y emociones. “No me he enterado de ningún otro trabajo en economía que intente captar las diferencias individuales en los sentimientos vengativos”.
En las dos últimas décadas, una gran cantidad de trabajos han puesto de manifiesto la importancia de la confianza y la reciprocidad en el desarrollo de mercados eficientes, explica el señor Houser, y lo que ayuda a crear confianza es el castigo. Pero el castigo también puede salirse de control, y la gente puede encontrarse encerrada en un círculo de represalias, al igual que en un desagradable divorcio o en una disputa familiar de larga data.“¿Cómo calibrar el nivel adecuado de castigo para promover relaciones de mercado efectivas?”, se pregunta Houser. Quizás resulte que “lo mucho que se desee castigar esté conectado con la probabilidad de crear una economía de mercado más formal”.
Mocan recogió datos recopilados por una encuesta realizada por el Interregional Crime and Justice Research Institute (de las Naciones Unidas) de las décadas de 1990 y 2000. A las personas se les preguntó cuál sería la sentencia adecuada para un hombre de 20 años de edad encontrado culpable de robar un televisor a color si esta fuera su segundo delito. Las penas van desde alternativas a la prisión, pasando por entre dos y seis meses en la cárcel, hasta la prisión perpetua. Mocan intentó tener en cuenta los diferentes valores de un televisor en los diferentes países, la efectividad del sistema jurídico, y el índice actual, si se quiere, para otros delitos.
Por ejemplo, en China, Rumania y Botswana, casi el 40 por ciento de los participantes prefirieron una sentencia a prisión de cuatro o más años. En Sudáfrica la tasa es del 25 por ciento; en Egipto, Ucrania y Paraguay, entre un 18 y un 20 por ciento; 16 por ciento en Canadá e Indonesia; 12 por ciento en Estados Unidos y las Filipinas; un 4 por ciento en Noruega y Eslovenia; y un 1 por ciento en Bélgica y España.
Dentro de un país determinado, las personas que han sido víctimas del mismo tipo de delito (en este caso, un robo) tienden a ser más vengativas, pero no si han sido víctimas de un delito diferente, como el asalto.
La mayor parte de las conclusions de Mocan confirman lo que investigadores en diferentes disciplinas ya habían encontrado: que los sentimientos de venganza son más fuertes en países con bajos niveles de ingresos y educación, un débil imperio de la ley, y aquellos que han sufrido recientemente una guerra o que son fragmentados étnica o lingüísticamente. Los antropólogos tienden a creer que los sentimientos vengativos fueron útiles en la unión de una familia o un grupo en la sociedad humana primitiva. Fueron dispositivos protectores antes de que se establecieran los Estados, y hacían el trabajo de castigar a los malhechores.
“Los resultados tienen un muy buen sentido intuitivo, confirmando lo que ya sospechábamos”, sostuvo Tyler Cowen, autor de “Discover your inner economist: use incentives to fall in love, survive your next meeting and motivate your dentist”.
Lo que Mocan encontró más sorprendente fue que las mujeres resultaron ser más vengativas que los hombres. Si una mujer había sido víctima de un robo, era un 10 por ciento más propensa a imponer una sentencia de prisión; para los hombres, la cifra era del 5 por ciento.
Edward Glaeser, economista de Harvard que había intentado explicar el odio de grupo en términos de economía política, escribió que “la definición de odio de un economista es la disposición a pagar un precio para infligir daño a los demás”. En las economías prósperas, argumenta, el costo es más alto, y la demanda de odio y venganza se desploma.
La venganza, por supuesto, a menudo desafía lo que parecería ser cálculos racionales de ganancias y pérdidas. En experimentos usando lo que se conoce como el “ultimátum game”, se les dijo a los sujetos que el Jugador 1 ofrecería compartir una suma de dinero (digamos, $10) con el Jugador 2. Pero si estos dos jugadores no se ponía de acuerdo en cómo repartir el dinero, entonces ninguno obtendría nada.
Lógicamente, incluso una oferta de un centavo lo deja en una mejor situación que antes. Pero la gente rechazaba repetidamente ofertas de menos del 30 por ciento del total, prefiriendo renunciar a cualquier dinero y castigar al tacaño (y a sí mismo), antes que aceptar lo que percibía como una oferta injusta. Si una computadora en vez de una persona era la que dividía el dinero, era más factible de que el otro jugador aceptara una oferta más baja.
La disposición a sufrir daños en sí mismo es a menudo mucho más extrema. En la obra de Eurípides, Medea está tan empeñada en vengarse de su infiel marido, Jasón, que asesina a sus propios hijos.
Jared Diamond escribió recientemente en The New Yorker acerca de un asesinato por venganza en las Tierras Altas de Nueva Guinea que duró tres años e involucró a 300 hombres, 30 muertos, consecuencias catastróficas y grandes recompensas para todos los soldados reclutados. ¿La recompensa? La satisfacción psicológica y el saber que el vengador sería considerado un héroe y recordado si moría asesinado. Esta satisfacción personal es algo que Diamond dice que todo ser humano, sin importar su cultura, puede identificarse con ella.
Este tipo de pasión vengativa, reconoce Mocan, puede ocupar una dimensión totalmente diferente que la que intentó captar con su investigación. Pero Mocan, quien también realizó una investigación que encontró que la pena de muerte disuade a los asesinos, dijo que sus conclusiones planteaban la cuestión de si la venganza debía ser un aspecto legítimo del sistema de justicia penal.
En su libro “Revenge: a story of hope” (2002), Laura Blumenfeld escribó acerca de su búsqueda de venganza contra un terrorista palestino que rozó a su padre con una bala en Jerusalem hiriéndolo gravemente. Ella exploró los oscuros callejones de la venganza, como los ejemplos mencionados en el principio de este artículo.
Ella es escéptica respecto al enfoque económico. “¿Cómo se cuantifica la vergüenza?” pregunta. A menudo “el castigo es irrelevante”, dice, y esta es la razón por la que las familias a menudo todavía quiere tomar venganza aún cuando el perpetrador ya está encarcelado. “No se trata de infligir dolor, sino que se trata del honor”.
Traducido de: Calculating economics of an eye for an eye. Patricia Cohen. New York Times.
Véase el art. original en: http://www.nytimes.com/2008/07/29/arts/29veng.html?scp=2&sq=Calculating%20economics&st=cse
Video: Fuerzas palestinas evitan el linchamiento de un soldado israelí (agosto 2007)
Venganza: es tan Antigua como la humanidad, tan natural como el parpadeo. Ha sido examinada y ponderada por antropólogos, psicólogos, sociólogos, filósofos, juristas, poetas, dramaturgos, e incluso primatólogos (recientemente descubrieron que los chimpancés castigan a los ladrones volcando sus tablones de comida, para que no puedan disfrutar del fruto de sus robos).
Sin embargo, solo recientemente los economistas han dirigido su atención a la venganza, y tratado de medirla en el mundo real. En un documento publicado el mes pasado en el sitio web de la Oficina Nacional de Investigación Económica (National Bureau of Economic Research http://www.nber.org/), H. Naci Mocan, economista de la Universidad Estatal de Louisiana, recavó información sobre 89.000 personas en 53 países para delinear un mapa de la venganza. Lo que se encontró es que entre los más vengativos están las mujeres, las personas mayores, los pobres y los residentes en zonas con altos niveles de delincuencia.
“Teníamos una duda sobre si se podían o no cuantificar los sentimientos vengativos de manera científica”, dijo el señor Mocan. “Es el primer análisis de esta cuestión en busca de datos reales”.
Resultó que los atributos personales (edad, ingresos económicos, género), así como las características de la cultura y del país, contribuyen al deseo de venganza de una persona, sostuvo Mocan. “Un sentimiento como el de la venganza”, continuó, “que puede ser considerado primario, es sin embargo influenciado por las circunstancias económicas y sociales de la persona y el país donde vive”.
Para los economistas, el trabajo del señor Mocan, si bien todavía es preliminar, abre las puertas de una nueva área de exploración. “Creo que es una investigación realmente importante”, afirmó Daniel Houser, profesor en la Universidad George Mason, especialista en economía experimental y emociones. “No me he enterado de ningún otro trabajo en economía que intente captar las diferencias individuales en los sentimientos vengativos”.
En las dos últimas décadas, una gran cantidad de trabajos han puesto de manifiesto la importancia de la confianza y la reciprocidad en el desarrollo de mercados eficientes, explica el señor Houser, y lo que ayuda a crear confianza es el castigo. Pero el castigo también puede salirse de control, y la gente puede encontrarse encerrada en un círculo de represalias, al igual que en un desagradable divorcio o en una disputa familiar de larga data.“¿Cómo calibrar el nivel adecuado de castigo para promover relaciones de mercado efectivas?”, se pregunta Houser. Quizás resulte que “lo mucho que se desee castigar esté conectado con la probabilidad de crear una economía de mercado más formal”.
Mocan recogió datos recopilados por una encuesta realizada por el Interregional Crime and Justice Research Institute (de las Naciones Unidas) de las décadas de 1990 y 2000. A las personas se les preguntó cuál sería la sentencia adecuada para un hombre de 20 años de edad encontrado culpable de robar un televisor a color si esta fuera su segundo delito. Las penas van desde alternativas a la prisión, pasando por entre dos y seis meses en la cárcel, hasta la prisión perpetua. Mocan intentó tener en cuenta los diferentes valores de un televisor en los diferentes países, la efectividad del sistema jurídico, y el índice actual, si se quiere, para otros delitos.
Por ejemplo, en China, Rumania y Botswana, casi el 40 por ciento de los participantes prefirieron una sentencia a prisión de cuatro o más años. En Sudáfrica la tasa es del 25 por ciento; en Egipto, Ucrania y Paraguay, entre un 18 y un 20 por ciento; 16 por ciento en Canadá e Indonesia; 12 por ciento en Estados Unidos y las Filipinas; un 4 por ciento en Noruega y Eslovenia; y un 1 por ciento en Bélgica y España.
Dentro de un país determinado, las personas que han sido víctimas del mismo tipo de delito (en este caso, un robo) tienden a ser más vengativas, pero no si han sido víctimas de un delito diferente, como el asalto.
La mayor parte de las conclusions de Mocan confirman lo que investigadores en diferentes disciplinas ya habían encontrado: que los sentimientos de venganza son más fuertes en países con bajos niveles de ingresos y educación, un débil imperio de la ley, y aquellos que han sufrido recientemente una guerra o que son fragmentados étnica o lingüísticamente. Los antropólogos tienden a creer que los sentimientos vengativos fueron útiles en la unión de una familia o un grupo en la sociedad humana primitiva. Fueron dispositivos protectores antes de que se establecieran los Estados, y hacían el trabajo de castigar a los malhechores.
“Los resultados tienen un muy buen sentido intuitivo, confirmando lo que ya sospechábamos”, sostuvo Tyler Cowen, autor de “Discover your inner economist: use incentives to fall in love, survive your next meeting and motivate your dentist”.
Lo que Mocan encontró más sorprendente fue que las mujeres resultaron ser más vengativas que los hombres. Si una mujer había sido víctima de un robo, era un 10 por ciento más propensa a imponer una sentencia de prisión; para los hombres, la cifra era del 5 por ciento.
Edward Glaeser, economista de Harvard que había intentado explicar el odio de grupo en términos de economía política, escribió que “la definición de odio de un economista es la disposición a pagar un precio para infligir daño a los demás”. En las economías prósperas, argumenta, el costo es más alto, y la demanda de odio y venganza se desploma.
La venganza, por supuesto, a menudo desafía lo que parecería ser cálculos racionales de ganancias y pérdidas. En experimentos usando lo que se conoce como el “ultimátum game”, se les dijo a los sujetos que el Jugador 1 ofrecería compartir una suma de dinero (digamos, $10) con el Jugador 2. Pero si estos dos jugadores no se ponía de acuerdo en cómo repartir el dinero, entonces ninguno obtendría nada.
Lógicamente, incluso una oferta de un centavo lo deja en una mejor situación que antes. Pero la gente rechazaba repetidamente ofertas de menos del 30 por ciento del total, prefiriendo renunciar a cualquier dinero y castigar al tacaño (y a sí mismo), antes que aceptar lo que percibía como una oferta injusta. Si una computadora en vez de una persona era la que dividía el dinero, era más factible de que el otro jugador aceptara una oferta más baja.
La disposición a sufrir daños en sí mismo es a menudo mucho más extrema. En la obra de Eurípides, Medea está tan empeñada en vengarse de su infiel marido, Jasón, que asesina a sus propios hijos.
Jared Diamond escribió recientemente en The New Yorker acerca de un asesinato por venganza en las Tierras Altas de Nueva Guinea que duró tres años e involucró a 300 hombres, 30 muertos, consecuencias catastróficas y grandes recompensas para todos los soldados reclutados. ¿La recompensa? La satisfacción psicológica y el saber que el vengador sería considerado un héroe y recordado si moría asesinado. Esta satisfacción personal es algo que Diamond dice que todo ser humano, sin importar su cultura, puede identificarse con ella.
Este tipo de pasión vengativa, reconoce Mocan, puede ocupar una dimensión totalmente diferente que la que intentó captar con su investigación. Pero Mocan, quien también realizó una investigación que encontró que la pena de muerte disuade a los asesinos, dijo que sus conclusiones planteaban la cuestión de si la venganza debía ser un aspecto legítimo del sistema de justicia penal.
En su libro “Revenge: a story of hope” (2002), Laura Blumenfeld escribó acerca de su búsqueda de venganza contra un terrorista palestino que rozó a su padre con una bala en Jerusalem hiriéndolo gravemente. Ella exploró los oscuros callejones de la venganza, como los ejemplos mencionados en el principio de este artículo.
Ella es escéptica respecto al enfoque económico. “¿Cómo se cuantifica la vergüenza?” pregunta. A menudo “el castigo es irrelevante”, dice, y esta es la razón por la que las familias a menudo todavía quiere tomar venganza aún cuando el perpetrador ya está encarcelado. “No se trata de infligir dolor, sino que se trata del honor”.
Traducido de: Calculating economics of an eye for an eye. Patricia Cohen. New York Times.
Véase el art. original en: http://www.nytimes.com/2008/07/29/arts/29veng.html?scp=2&sq=Calculating%20economics&st=cse
Video: Fuerzas palestinas evitan el linchamiento de un soldado israelí (agosto 2007)