Las estatuas más feas del mundo
De por qué el arte malo y la política ídem son una combinación desastrosa
El hombre del Renacimiento
A primeros días de abril, Senegal daba a conocer oficialmente el Monumento del Renacimiento Africano, una estatua de 49 metros de altura que representa a un hombre, una mujer y un niño saliendo de un volcán. La intención es conmemorar los 50 años de la independencia de Senegal, pero muchos lo ven como un monumento a la vanidad del octogenario presidente Abdoulaye Wade, quien ha hecho de esta estatua de $25 millones su proyecto favorito. Diversos grupos religiosos también expresaron su condena a este estilo artístico “pseudo-soviético” y la escandalosa figura femenina (desprovista de ropa).
Pero Wade no está solo en esta desmesurada ambición y su dudosa sensibilidad estética. Aquí hay otros diez ejemplos de por qué el arte mal y la política ídem son una combinación peligrosa.
La venganza de Koba
Las estatuas de Vladimir Lenin y Joseph Stalin alguna vez fueron omnipresentes en la Unión Soviética y en todo el mundo comunista. Si bien no es raro verlo todavía a Lenin en lugares públicos, sí es rarísimo verlo a Stalin. Pero en su ciudad natal de Gori, en Georgia, el más grande asesino serial del siglo XX todavía se yergue orgulloso en la Plaza Stalin.
Vueltas y vueltas
Saparmurat Niyazov, difunto líder totalitario de Turkmenistán, reavivó la antigua estética soviética con un toquecito de “Las Vegas” en exceso. En 1998 ordenó la construcción de esta estatua de sí mismo, bañada en oro, y la colocó en la cima de una torre de 73 metros de altura en el centro de la ciudad capital de Ashgabat. Y para colmo, la estatua rotaba a lo largo del día, de manera que siempre enfrentaba al sol. La estatua fue el punto cúlmine del intento de Niyazov de establecer un culto personal a su alrededor, que incluyó rebautizar a los meses del año en honor a los miembros de su familia, y reemplazar al Corán por la Ruhnama, un libro de lecciones espirituales escrito por él mismo. Tras su muerte, la estatua fue sacada de su pedestal y trasladada a un suburbio cercano.
Pedro el Terrible
El hecho de que el comunismo se haya terminado no quiere decir que Rusia haya dejado de construir estatuas propagandísticas grotescas. El maestro de esta forma es el artista nacido en Georgia, Zurab Tsereteli, mejor conocido por la chillona estatua marítima de Pedro el Grande, que se cierne sobre el río Moskva. Esta estatua fue encargada por (yo diría “alcahuete”), el alcalde de Moscú, el Mayor Yuri Luzhkov, y rápidamente se convirtió en una atracción turística, pero no por las razones que sus planificadores esperaban.
La lágrima de Jersey
A Tsereteli no le fue mejor en Estados Unidos. Una gran estatua de Cristóbal Colón fue rechazada por cinco ciudades americanas antes de ser embarcada a Puerto Rico, donde todavía está sin montar.
En el año 2004, Tsereteli construyó un monumento de diez pisos de altura en honor de las víctimas de los ataques del 11 de septiembre de 2001; consistía en una lágrima de titanio encapsulada en bronce, que continuamente goteaba agua. La estructura se tomaba como un presente de Rusia para Estados Unidos. Primero el gobierno de Jersey City la aceptó con mucho agradecimiento, pero cuando los funcionaros locales la vieron fue rechazada sin más ni más. Después la trasladaron a Bayonne, un lugar cercano al primero, y allí también fue ampliamente criticada por los residentes: un sobreviviente del fatídico 11 S declaraba que era como “una cruza entre una cicatriz y un órgano sexual femenino”.
La Mujer del Pueblo
Kumasi Mayawati, primera ministro del estado indio de Uttar Pradesh, es muy conocida por abogar fervientemente por los derechos de los Dalitas, una casta históricamente marginada a la que frecuentemente hace mención como los “intocables”.
Pero la imagen populista de Mayawati dio un mal paso el año pasado. La Corte Suprema de la India la reprendió por haber gastado $425 millones, sacados de fondos públicos, para construir estatuas de ella misma y de otros famosos Dalitas. Mayawati sigue siendo muy popular entre los Dalitas, pero el escándalo sobre su exagerado gasto público en uno de los estados más pobres de la India continúa persiguiéndola.
Continuará...
Fuente: The World’s Ugliest Statues: When bad art and bad politics meet. Joshua Keating.
Nota: La frase del título de este artículo está tomada de un soneto llamado "Ozymandias", y publicado en 1818, cuyo autor fue Percy B. Shelley. Aquí está el soneto:
"Me encontré un viajero de antiguas tierras
que me dijo: "dos enormes piernas de piedra, de cuerpo carentes
están en el desierto. Cerca de ellas en las arenas
medio hundido, yace un semblante destrozado, cuya frente
y labio fruncido y rictus de ordenes frías
nos dicen que su escultor bien esas pasiones leyó
que, grabadas en esas cosas sin vida, aún sobreviven hoy,
la mano que de ellas se burló y el corazón que las alimentó.
Y en el pedestal aparecen estas palabras:
"¡Mi nombre es Ozymandias, rey de reyes soy:
mirad mis obras, poderosos, y que os llene el desespero!"
Nada más permanece. Rodeando los despojos
de esas ruinas colosales, sin límites y somero
el solitario y llano desierto en el horizonte desaparece a los ojos."