Incluso desde el fin de la Guerra Fría, se ha hablado mucho acerca del problema de los Estados fallidos. Ahora estamos viendo algunas de las terribles consecuencias del fracaso estatal en la periferia de la región de Medio Oriente.
En Pakistán, grupos terroristas como los Talibán, Al Qaeda, y Lashkar-e-Taiba se han establecido como un estado dentro del estado. Tienen un dominio virtualmente libre en las zonas tribales de administración federal, y un menor (aunque todavía importante) margen de maniobra en la Frontera Noroeste y otras provincias. Esto les hace muy fácil lanzar ataques como los que mataron a más de 170 personas en Bombay. U otros ataques, como los que costaron la vida de soldados de la OTAN en Afganistán.
En todo el Océano Índico los piratas están aterrorizando a los barcos en tránsito. La Oficina Marítima Internacional informa que este año 92 buques han sido atacados y 36 secuestrados en las costas de Somalia y Yemen. Por lo menos 14 buques todavía siguen secuestrados, y 260 miembros de tripulación están como rehenes. Un barco de pasajeros con más de 1000 personas a bordo apenas evitó convertirse en la última presa de los piratas. Buques que no han sido tan afortunados incluyen un petrolero saudita que llevaba dos millones de barriles de crudo y un carguero ucraniano lleno de tanques y otras armas.
La depredación de los piratas y los terroristas –dos especies de delincuentes internacionales- ha causado mucha angustia y una hasta ahora infructuosa búsqueda de soluciones. La ONU ha autorizado que entren buques de guerra en aguas territoriales de Somalia y que usen “toda la fuerza necesaria” contra los piratas. Varios países, entre ellos Estados Unidos, han enviado sus propias fuerzas para colaborar, pero la cantidad es claramente insuficiente para salvaguardar miles de kilómetros de agua. Los bandidos cada vez más intrépidos están aventurándose más y más lejos de la costa en busca de presas aún más lucrativas.
La respuesta en Pakistán ha sido solamente tan limitada como ineficaz. La India, Estados Unidos, Afganistán y otros países preocupados han pasado años suplicándole a Islamabad que tomara medidas contra los terroristas. Estos ruegos han sido acompañados por ofrecimientos de ayuda y amenazas si la inacción continúa. Esto tampoco ha hecho nada bien. El ejército pakistaní parece poco dispuesto o incapaz (o tal vez las dos cosas) de tomar medidas eficaces contra los poderosos grupos jihadistas que tienen vínculos de larga data con su propio servicio de inteligencia. En la desesperación, Estados Unidos ha recurrido al asesinato de los terroristas, uno por uno, con vehículos aéreos no tripulados. Esta táctica funciona y debería continuar, pero no es más que un apósito en una gran herida abierta.
El problema esencial tanto en Somalia como en Pakistán es el fracaso del gobierno. La pregunta es: ¿qué es lo que pueden hacer, si es que se puede hacer algo, las potencias extranjeras para llevar el imperio de la ley a estas tierras tan problemáticas? En el siglo XIX la respuesta era simple: los imperialistas europeos plantarían sus banderas e impondrían sus leyes a punta de pistola. El territorio que ahora comprende Pakistán no era totalmente pacífico cuando se encontraba bajo el dominio británico. Tampoco lo era la Somalia bajo soberanía británica e italiana. Pero estaban considerablemente mejor que hoy –no sólo desde la perspectiva de los países occidentales, sino también de sus propios ciudadanos.
Podría pensarse que un imperialismo así es simplemente inaceptable hoy en día. Pero esto no es del todo cierto. Ha habido una serie de casos de imperialismo en años recientes (imperialismo en todo sentido, pero sin ese nombre, por supuesto). Bosnia y Kosovo, que todavía son pabellones de la OTAN y la Unión Europea, son ejemplos notables de cuán exitosas pueden ser estas intervenciones en el momento justo.
La verdadera dificultad en emular estos ejemplos no es la falta de legitimidad. Que puede ser conferida por las Naciones Unidas o por alguna otra organización multilateral. Más difícil de superar es la falta de voluntad. Las guerrillas han demostrado ser lamentablemente exitosas en la expulsión o la neutralización de fuerzas de paz internacionales. Piense en las tropas norteamericanas y francesas en Beirut en 1983, o el incidente de la caída del Halcón Negro en Somalia en 1993.
Con demasiada frencuencia, cuando países extranjeros acuerdan enviar tropas, están tan temerosos de las bajas que imponen normas de compromiso que excluyen la acción significativa. Piense en la ineficacia de los pacificadores de la Unión Africana con respecto al genocidio de Darfur, o los pacificadores de la ONU con respecto al genocidio de Ruanda (1994). Incluso la alianza militar más poderosa del mundo no es inmune a estos problemas. La OTAN ha encontrado evidencias de ellos en el intento de que los estados miembros cumplieran con sus obligaciones en Afganistán.
Si la OTAN no hace lo suficiente para ganar la guerra en Afganistán, su mayor prioridad, entonces hay pocas probabilidades de que asigne tropas para patrullar las áreas tribales pakistaníes o la costa de Somalia. Y si los miembros de la OTAN no actúan, ¿quién lo hará?
Esa dificultad plantea ideas cuestionables tales como la que acaba de presentar Robert Kagan (teórico de política exterior): “La comunidad internacional tiene que declarar que partes de Pakistán se han vuelto ingobernables y una amenaza para la seguridad interancional. Hay que establecer una fuerza internacional que trabaje con los pakistaníes para eliminar de raíz los campos terroristas en Cachemira y en las zonas tribales”.
Es una tragedia el hecho de que tales propuestas no tengan la posibilidad de ser hechas realidad hasta que ocurra un drama. Si sufrimos otro 11 de septiembre, o algo peor, y los culpables pueden rastrearse hasta Pakistán, entonces Estados Unidos y sus aliados reunirán los medios para actuar. Pero antes no.
Dada tan triste realidad, tiene sentido pensar en la segunda mejor alternativa. En el caso de los piratas somalíes, soluciones creativas pueden incluir el uso de potencia aérea y naval para atacar las bases desde las que operan, y emplear mercenarios de Blackwater u otros para agregar esfuerzos de protección a los de las marinas del mundo. En Pakistán eso significa continuar con los ataques aéreos y proporcionar asistencia a las milicias tribales que tienen sus propios motivos en contra de los intrusos jihadistas. En ambos lugares, Estados Unidos debería estar haciendo lo que puede, en cooperación con aliados y organizaciones multilaterales, para reforzar a la autoridad central.
Pero no debemos engañarnos al pensar que alguna de estas medidas tiene mucha posibilidad de éxito. Hasta que estemos dispuestos a colocar más espacios ingobernables bajo una administración internacional, vilezas como la piratería y el terrorismo seguirán creciendo.
En Pakistán, grupos terroristas como los Talibán, Al Qaeda, y Lashkar-e-Taiba se han establecido como un estado dentro del estado. Tienen un dominio virtualmente libre en las zonas tribales de administración federal, y un menor (aunque todavía importante) margen de maniobra en la Frontera Noroeste y otras provincias. Esto les hace muy fácil lanzar ataques como los que mataron a más de 170 personas en Bombay. U otros ataques, como los que costaron la vida de soldados de la OTAN en Afganistán.
En todo el Océano Índico los piratas están aterrorizando a los barcos en tránsito. La Oficina Marítima Internacional informa que este año 92 buques han sido atacados y 36 secuestrados en las costas de Somalia y Yemen. Por lo menos 14 buques todavía siguen secuestrados, y 260 miembros de tripulación están como rehenes. Un barco de pasajeros con más de 1000 personas a bordo apenas evitó convertirse en la última presa de los piratas. Buques que no han sido tan afortunados incluyen un petrolero saudita que llevaba dos millones de barriles de crudo y un carguero ucraniano lleno de tanques y otras armas.
La depredación de los piratas y los terroristas –dos especies de delincuentes internacionales- ha causado mucha angustia y una hasta ahora infructuosa búsqueda de soluciones. La ONU ha autorizado que entren buques de guerra en aguas territoriales de Somalia y que usen “toda la fuerza necesaria” contra los piratas. Varios países, entre ellos Estados Unidos, han enviado sus propias fuerzas para colaborar, pero la cantidad es claramente insuficiente para salvaguardar miles de kilómetros de agua. Los bandidos cada vez más intrépidos están aventurándose más y más lejos de la costa en busca de presas aún más lucrativas.
La respuesta en Pakistán ha sido solamente tan limitada como ineficaz. La India, Estados Unidos, Afganistán y otros países preocupados han pasado años suplicándole a Islamabad que tomara medidas contra los terroristas. Estos ruegos han sido acompañados por ofrecimientos de ayuda y amenazas si la inacción continúa. Esto tampoco ha hecho nada bien. El ejército pakistaní parece poco dispuesto o incapaz (o tal vez las dos cosas) de tomar medidas eficaces contra los poderosos grupos jihadistas que tienen vínculos de larga data con su propio servicio de inteligencia. En la desesperación, Estados Unidos ha recurrido al asesinato de los terroristas, uno por uno, con vehículos aéreos no tripulados. Esta táctica funciona y debería continuar, pero no es más que un apósito en una gran herida abierta.
El problema esencial tanto en Somalia como en Pakistán es el fracaso del gobierno. La pregunta es: ¿qué es lo que pueden hacer, si es que se puede hacer algo, las potencias extranjeras para llevar el imperio de la ley a estas tierras tan problemáticas? En el siglo XIX la respuesta era simple: los imperialistas europeos plantarían sus banderas e impondrían sus leyes a punta de pistola. El territorio que ahora comprende Pakistán no era totalmente pacífico cuando se encontraba bajo el dominio británico. Tampoco lo era la Somalia bajo soberanía británica e italiana. Pero estaban considerablemente mejor que hoy –no sólo desde la perspectiva de los países occidentales, sino también de sus propios ciudadanos.
Podría pensarse que un imperialismo así es simplemente inaceptable hoy en día. Pero esto no es del todo cierto. Ha habido una serie de casos de imperialismo en años recientes (imperialismo en todo sentido, pero sin ese nombre, por supuesto). Bosnia y Kosovo, que todavía son pabellones de la OTAN y la Unión Europea, son ejemplos notables de cuán exitosas pueden ser estas intervenciones en el momento justo.
La verdadera dificultad en emular estos ejemplos no es la falta de legitimidad. Que puede ser conferida por las Naciones Unidas o por alguna otra organización multilateral. Más difícil de superar es la falta de voluntad. Las guerrillas han demostrado ser lamentablemente exitosas en la expulsión o la neutralización de fuerzas de paz internacionales. Piense en las tropas norteamericanas y francesas en Beirut en 1983, o el incidente de la caída del Halcón Negro en Somalia en 1993.
Con demasiada frencuencia, cuando países extranjeros acuerdan enviar tropas, están tan temerosos de las bajas que imponen normas de compromiso que excluyen la acción significativa. Piense en la ineficacia de los pacificadores de la Unión Africana con respecto al genocidio de Darfur, o los pacificadores de la ONU con respecto al genocidio de Ruanda (1994). Incluso la alianza militar más poderosa del mundo no es inmune a estos problemas. La OTAN ha encontrado evidencias de ellos en el intento de que los estados miembros cumplieran con sus obligaciones en Afganistán.
Si la OTAN no hace lo suficiente para ganar la guerra en Afganistán, su mayor prioridad, entonces hay pocas probabilidades de que asigne tropas para patrullar las áreas tribales pakistaníes o la costa de Somalia. Y si los miembros de la OTAN no actúan, ¿quién lo hará?
Esa dificultad plantea ideas cuestionables tales como la que acaba de presentar Robert Kagan (teórico de política exterior): “La comunidad internacional tiene que declarar que partes de Pakistán se han vuelto ingobernables y una amenaza para la seguridad interancional. Hay que establecer una fuerza internacional que trabaje con los pakistaníes para eliminar de raíz los campos terroristas en Cachemira y en las zonas tribales”.
Es una tragedia el hecho de que tales propuestas no tengan la posibilidad de ser hechas realidad hasta que ocurra un drama. Si sufrimos otro 11 de septiembre, o algo peor, y los culpables pueden rastrearse hasta Pakistán, entonces Estados Unidos y sus aliados reunirán los medios para actuar. Pero antes no.
Dada tan triste realidad, tiene sentido pensar en la segunda mejor alternativa. En el caso de los piratas somalíes, soluciones creativas pueden incluir el uso de potencia aérea y naval para atacar las bases desde las que operan, y emplear mercenarios de Blackwater u otros para agregar esfuerzos de protección a los de las marinas del mundo. En Pakistán eso significa continuar con los ataques aéreos y proporcionar asistencia a las milicias tribales que tienen sus propios motivos en contra de los intrusos jihadistas. En ambos lugares, Estados Unidos debería estar haciendo lo que puede, en cooperación con aliados y organizaciones multilaterales, para reforzar a la autoridad central.
Pero no debemos engañarnos al pensar que alguna de estas medidas tiene mucha posibilidad de éxito. Hasta que estemos dispuestos a colocar más espacios ingobernables bajo una administración internacional, vilezas como la piratería y el terrorismo seguirán creciendo.
Traducido de: Pirates, Terrorism and Failed States. Max Boot, Jeane J. Kirkpatrick Senior Fellow for National Security Studies. December 8, 2008. Wall Street Journal.
véase el art. original en: http://www.cfr.org/publication/17942/
El secuestro del petrolero saudita
Piratas somalíes capturados (noviembre 2008, después del secuestro del petrolero saudita)
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