“Dios es malo para la mujer”
Sí. Lamentablemente es cierto que ninguna de las principales religiones a nivel mundial ha sido buena para las mujeres. Incluso cuando una tradición hubiera comenzado de forma positiva para la mujer (como el Cristianismo y el Islam), en el lapso de unas pocas generaciones los hombres la retrotrajeron al viejo patriarcado. Pero todo está cambiando. Las mujeres en todas las religiones están desafiando a los hombres en el terreno del igualitarismo, que es una de las mejores características de todas estas tradiciones religiosas.
Uno de los sellos distintivos de la modernidad ha sido la emancipación de las mujeres. Pero esto también ha implicado que, en su rebelión contra el espíritu moderno, los fundamentalistas tendieran a exagerar los tradicionales roles de género. Lamentablemente, los ataques frontales en esta tendencia patriarcal a menudo han resultado contraproducentes.
Cada vez que los gobiernos “modernizadores” han intentado prohibir el velo, por ejemplo, más cantidad de mujeres se apresuraron a ponérselo. En 1935 el Shan Muhammad Reza Pahlevi ordenó a sus soldados disparar a cientos de manifestantes, desarmados, que protestaban pacíficamente contra la vestimenta occidental obligatoria en Mashhad, uno de los lugares más sagrados de Irán. Acciones de esta clase han convertido al uso del velo, que no era una práctica universal antes del periodo moderno, en un símbolo de la integridad islámica. Algunos musulmanes hoy proclaman que no es esencial ver al Occidente para ser modernos, y que mientras la moda occidental a menudo hace un gran despliegue de riqueza y privilegios, la vestimenta islámica hace hincapié en el igualitarismo del Corán.
En general, toda intervención occidental directa en cuestiones de género han fracasado; sería mujer respaldar a los movimientos musulmanes nativos que hacen campañas por la mejora de oportunidades para las mujeres en la educación, el trabajo y la política.
“Dios es el enemigo de la Ciencia”
No tiene que serlo. La ciencia se ha convertido en un enemigo para los cristianos fundamentalistas que luchan contra la enseñanza de la evolución en las escuelas públicas y las investigaciones con células-madre porque parecen entrar en conflicto con la enseñanza bíblica.
Pero su lectura de las Escrituras es literal a un nivel sin precedentes. Antes del periodo moderno, pocos entendían el primer capítulo del Génesis como un relato exacto de los orígenes de la vida; hasta el siglo XVII, los teólogos insistían en que si un texto bíblico contradecía a la ciencia, debía interpretarse alegóricamente.
El conflicto con la ciencia es sintomático de una idea reduccionista de Dios en el Occidente moderno. Irónicamente, fue el énfasis empírico de la ciencia moderna lo que alentó a muchos a considerar a Dios y al lenguaje religioso como un hecho, en lugar de un símbolo, forzando a la religión hacia un literalismo excesivamente racional, dogmático y extraño.
El fundamentalismo popular representa una rebelión generalizada contra la modernidad, y para los Cristianos fundamentalistas la evolución tipifica todo lo que está mal en el mundo moderno. Se considera menos una teoría científica que un símbolo del mal. Pero este prejuicio contra la ciencia es mucho menos común en el Judaísmo y el Islam, donde los movimientos fundamentalistas han estado provocados más por cuestiones políticas, como por ejemplo el Estado de Israel, que por doctrinales o científicas.
“Dios es incompatible con la Democracia”
Uno de los sellos distintivos de la modernidad ha sido la emancipación de las mujeres. Pero esto también ha implicado que, en su rebelión contra el espíritu moderno, los fundamentalistas tendieran a exagerar los tradicionales roles de género. Lamentablemente, los ataques frontales en esta tendencia patriarcal a menudo han resultado contraproducentes.
Cada vez que los gobiernos “modernizadores” han intentado prohibir el velo, por ejemplo, más cantidad de mujeres se apresuraron a ponérselo. En 1935 el Shan Muhammad Reza Pahlevi ordenó a sus soldados disparar a cientos de manifestantes, desarmados, que protestaban pacíficamente contra la vestimenta occidental obligatoria en Mashhad, uno de los lugares más sagrados de Irán. Acciones de esta clase han convertido al uso del velo, que no era una práctica universal antes del periodo moderno, en un símbolo de la integridad islámica. Algunos musulmanes hoy proclaman que no es esencial ver al Occidente para ser modernos, y que mientras la moda occidental a menudo hace un gran despliegue de riqueza y privilegios, la vestimenta islámica hace hincapié en el igualitarismo del Corán.
En general, toda intervención occidental directa en cuestiones de género han fracasado; sería mujer respaldar a los movimientos musulmanes nativos que hacen campañas por la mejora de oportunidades para las mujeres en la educación, el trabajo y la política.
“Dios es el enemigo de la Ciencia”
No tiene que serlo. La ciencia se ha convertido en un enemigo para los cristianos fundamentalistas que luchan contra la enseñanza de la evolución en las escuelas públicas y las investigaciones con células-madre porque parecen entrar en conflicto con la enseñanza bíblica.
Pero su lectura de las Escrituras es literal a un nivel sin precedentes. Antes del periodo moderno, pocos entendían el primer capítulo del Génesis como un relato exacto de los orígenes de la vida; hasta el siglo XVII, los teólogos insistían en que si un texto bíblico contradecía a la ciencia, debía interpretarse alegóricamente.
El conflicto con la ciencia es sintomático de una idea reduccionista de Dios en el Occidente moderno. Irónicamente, fue el énfasis empírico de la ciencia moderna lo que alentó a muchos a considerar a Dios y al lenguaje religioso como un hecho, en lugar de un símbolo, forzando a la religión hacia un literalismo excesivamente racional, dogmático y extraño.
El fundamentalismo popular representa una rebelión generalizada contra la modernidad, y para los Cristianos fundamentalistas la evolución tipifica todo lo que está mal en el mundo moderno. Se considera menos una teoría científica que un símbolo del mal. Pero este prejuicio contra la ciencia es mucho menos común en el Judaísmo y el Islam, donde los movimientos fundamentalistas han estado provocados más por cuestiones políticas, como por ejemplo el Estado de Israel, que por doctrinales o científicas.
“Dios es incompatible con la Democracia”
No. Samuel Huntington preveía un “choque de civilizaciones” entre el mundo libre y el Islam, que, según él, era inherentemente adverso a la democracia. Pero a principios del siglo XX, casi todos los intelectuales musulmanes más importantes estaban enamorados de Occidente y querían que sus países se parecieran justamente a Gran Bretaña o Francia. Lo que ha distanciado a muchos musulmanes del ideal democrático no es su religión, sino el apoyo de gobiernos occidentales hacia gobernantes autocráticos, como por ejemplo los shahs de Irán, Saddam Hussein, y Hosni Mubarak, que les han negado a sus pueblos los derechos humanos básicos y los derechos democráticos.
Un sondeo del año 2007, de Gallup, muestra que el apoyo hacia las libertades democráticas y los derechos de las mujeres está presente ampliamente en el mundo musulmán, y muchos gobiernos están respondiendo (aunque con dificultades) a presiones por una mayor participación política. Sin embargo, hay una cierta resistencia a la adopción sistemática del modelo secular occidental. Muchos quieren ver a Dios reflejado más claramente en la vida pública, precisamente como lo revelaba una encuesta de Gallup (2006): un 46 por ciento de los norteamericanos creen que Dios debería ser la fuente de la legislación.
Pero tampoco la “sharia” es el sistema legal rígido que muchos occidentales deploran. Los reformistas musulmanes, como el jeque Ali Gomaa y Tariq Ramadan, argumentan que la sharia tiene que ser revisada a la luz de las cambiantes circunstancias sociales. Una “fatwa” no es universalmente vinculante, como un edicto papal, sino que expresa simplemente la opinión del muftí que la emitió. Los musulmanes pueden elegir las fatwas que quieran adoptar, y participan de esta forma en un mercado, libre y flexible, de pensamiento religioso, igual que los norteamericanos pueden elegir a qué iglesia asistir.
Puede que la religión no sea la causa de los problemas políticos del mundo, pero todavía necesitamos comprenderla si queremos resolverlos. “¡Quién ha tomado a la religión seriamente!” exclamaba un exasperado funcionario del gobierno estadounidense después de la Revolución Iraní. Si los políticos se hubieran tomado el trabajo de investigar sobre el chiísmo contemporáneo, Estados Unidos podría haber evitado graves errores durante aquella crisis. La religión debería ser estudiada con la misma imparcialidad académica, con la misma precisión, que la economía, la política, y las costumbres sociales de una región, de modo que aprendamos cómo interactúa la religión con las tensiones políticas, lo cual es contraproducente, y cómo evitar las ofensas innecesarias.
Y estudiarla será mucho mejor, porque Dios está de vuelta. Y si “él” es percibido de un modo idólatra, de pensamiento literal, sólo podremos esperar dogmatismo, rigidez, y violencia articulada religiosamente, en las próximas décadas.
Para saber más
Karen Armstrong ha pasado los últimos 25 años escribiendo acerca de la centralidad de la religión en la experiencia humana. Antes de su libro más reciente, “The Case for God” (New Cork: Knopf, 2009), escribió “The Bible: A Biography” (New Cork: Athlantic Monthly Press, 2007), un relato no del todo ortodoxo de cómo se creó la Biblia.
En estos últimos años, los llamados “Nuevo Ateos” se han vuelto cada vez más ruidosos acerca de los peligrosos defectos de la religión en libros tales como “The End of Faith: Religion, Terror, and the Future of Reason”, de Sam Harris (New Cork: W. V. Norton, 2004), “The God Delusión”, de Richard Dawkins (New Cork: Houghton Mifflin, 2006), y “God Is Not Great: How Religion Poisons Everything”, de Christopher Hitchens (New Cork: Hachette Book Group, 2007).
Recientemente, algunos libros han buscado un punto medio entre el ateísmo y el fundamentalismo. Entre ellos están: el de Robert Wright: “The Evolution of God” (New York: Little, Brown and Company, 2009), que incorpora la psicología evolutiva para explicar los cambios en la creencia a lo largo del tiempo; y el de los editores del Economist, John Micklethwait y Adrian Wooldridge, “God is Back” (New York: Penguin, 2009), que examina la curiosa relación vital entre la modernidad y la religión. John Esposito, estudioso de la religión, y Dalia Mogahed, experta en sondeos, argumentan en “Who Speaks for Islam: What a Billion Muslims Really Think” (New York: Gallup Press, 2007), un libro basado en más de 50.000 entrevistas en países musulmanes, que los occidentales han malinterpretado al Islam durante décadas.
Un sondeo del año 2007, de Gallup, muestra que el apoyo hacia las libertades democráticas y los derechos de las mujeres está presente ampliamente en el mundo musulmán, y muchos gobiernos están respondiendo (aunque con dificultades) a presiones por una mayor participación política. Sin embargo, hay una cierta resistencia a la adopción sistemática del modelo secular occidental. Muchos quieren ver a Dios reflejado más claramente en la vida pública, precisamente como lo revelaba una encuesta de Gallup (2006): un 46 por ciento de los norteamericanos creen que Dios debería ser la fuente de la legislación.
Pero tampoco la “sharia” es el sistema legal rígido que muchos occidentales deploran. Los reformistas musulmanes, como el jeque Ali Gomaa y Tariq Ramadan, argumentan que la sharia tiene que ser revisada a la luz de las cambiantes circunstancias sociales. Una “fatwa” no es universalmente vinculante, como un edicto papal, sino que expresa simplemente la opinión del muftí que la emitió. Los musulmanes pueden elegir las fatwas que quieran adoptar, y participan de esta forma en un mercado, libre y flexible, de pensamiento religioso, igual que los norteamericanos pueden elegir a qué iglesia asistir.
Puede que la religión no sea la causa de los problemas políticos del mundo, pero todavía necesitamos comprenderla si queremos resolverlos. “¡Quién ha tomado a la religión seriamente!” exclamaba un exasperado funcionario del gobierno estadounidense después de la Revolución Iraní. Si los políticos se hubieran tomado el trabajo de investigar sobre el chiísmo contemporáneo, Estados Unidos podría haber evitado graves errores durante aquella crisis. La religión debería ser estudiada con la misma imparcialidad académica, con la misma precisión, que la economía, la política, y las costumbres sociales de una región, de modo que aprendamos cómo interactúa la religión con las tensiones políticas, lo cual es contraproducente, y cómo evitar las ofensas innecesarias.
Y estudiarla será mucho mejor, porque Dios está de vuelta. Y si “él” es percibido de un modo idólatra, de pensamiento literal, sólo podremos esperar dogmatismo, rigidez, y violencia articulada religiosamente, en las próximas décadas.
Para saber más
Karen Armstrong ha pasado los últimos 25 años escribiendo acerca de la centralidad de la religión en la experiencia humana. Antes de su libro más reciente, “The Case for God” (New Cork: Knopf, 2009), escribió “The Bible: A Biography” (New Cork: Athlantic Monthly Press, 2007), un relato no del todo ortodoxo de cómo se creó la Biblia.
En estos últimos años, los llamados “Nuevo Ateos” se han vuelto cada vez más ruidosos acerca de los peligrosos defectos de la religión en libros tales como “The End of Faith: Religion, Terror, and the Future of Reason”, de Sam Harris (New Cork: W. V. Norton, 2004), “The God Delusión”, de Richard Dawkins (New Cork: Houghton Mifflin, 2006), y “God Is Not Great: How Religion Poisons Everything”, de Christopher Hitchens (New Cork: Hachette Book Group, 2007).
Recientemente, algunos libros han buscado un punto medio entre el ateísmo y el fundamentalismo. Entre ellos están: el de Robert Wright: “The Evolution of God” (New York: Little, Brown and Company, 2009), que incorpora la psicología evolutiva para explicar los cambios en la creencia a lo largo del tiempo; y el de los editores del Economist, John Micklethwait y Adrian Wooldridge, “God is Back” (New York: Penguin, 2009), que examina la curiosa relación vital entre la modernidad y la religión. John Esposito, estudioso de la religión, y Dalia Mogahed, experta en sondeos, argumentan en “Who Speaks for Islam: What a Billion Muslims Really Think” (New York: Gallup Press, 2007), un libro basado en más de 50.000 entrevistas en países musulmanes, que los occidentales han malinterpretado al Islam durante décadas.
***** Primera Parte: Dios, Religión y PolíticaTraducido de: Think Again: God. By Karen Armstrong. Foreign Policy (nov/dic 2009)
véase el art. original en:
**** La traductora no comparte necesariamente los conceptos vertidos en este artículo.